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Alex Volney

Un cervatillo en el jardín

Siempre aprovecho el día de Navidad para subir, una vez al año, al tejado de casa de mis padres. Un séptimo piso sobre el barrio de Son Espanyolet, tan antiguo como uno mismo. Año tras año constatando el avance febril de la peña y de cómo se ha ido quitando la tierra y sustituido, en sus corrales o jardines, por baldosas. Arrancados los árboles y cualquier posible sombra en verano para cambiarla por un aire acondicionado. Todo eso con la suerte de que la pieza fuera pequeña. Cuando el jardín era de dimensiones se ha encajado una piscina con calzador. Esto era el progreso, y siempre me lleva al filósofo que anunciaba cómo Dios iba agonizando, a la vez que el hombre contra la naturaleza empezaba a calentar motores, todo bien listo para la destrucción en todas sus variantes. Planas i Montanyà desde su helicóptero dejó bien reflejada la belleza de este rincón de Ciutat cuando todavía no lo era.

Ese enfermizo voyeurismo solo responde a la confirmación de la contundente derrota de todo idealismo. Servidor era de esos pardillos cándidos que de chavales y con las amistades, sin pertenecer a ningún movimiento, creían que el futuro era de todos y nos paseábamos con un saco por la playa recogiendo cualquier basura que encontrásemos. Ingenuos, pensábamos que en el 2000 el ecologismo y todo respeto por la vida, y su equilibrio, serían transversales a cualquier partido y a toda ideología. También se veía retrógado y en las últimas al fascismo. El padre Llompart incluso nos desenmascaraba y preguntaba si realmente éramos sandías. Hoy ya existen melones con esvásticas. Europa y su tan verde coherencia. Sigo sin poder dejar de asociar lo amantes de los animales que eran, no pocos, jerarcas nazis mientras gaseaban a niños pequeños de su misma especie y cometían las peores atrocidades que se han conocido. Bosques, montañas nevadas y al fondo esas malditas chimeneas.

La ignorancia e ingenuidad siguen siendo mis fieles compañeras y sin intentar dar lecciones a nadie, les aseguro que he guardado mucho tiempo grandes interrogantes ante cuestiones que las masas tenían ya muy claras. Llevo años comiéndome el coco con los coches eléctricos y su presunto carácter «más ecológico» y cómo de verde debería ser todo si se generalizaba su uso. Los veo enchufados ahí, en Sant Miquel, y reconozco que sigo dando vueltas al tema y, claro, creo que estos días ya me han resuelto la incógnita. Son ecológicos para la cartera de algunos, pues las casi treinta centrales nucleares francesas van a ver aumentado su número para poder alimentarlos. De ahí viene ese desficio nuclear. Sigo siendo el mismo pardillo de siempre, las renovables que defienden otros países de la Unión solo formaban parte del postureo progresista. Claro. O la derecha y la ultraderecha se hacen suyo el ecologismo más radical o la alternativa es francesa.

Todavía recuerdo a l’amo en Biel y su disgusto, antes de morir, después de su gran inversión con el cambio a las placas solares y ese nuevo impuesto al Sol. La cosa era de locos pues el hombre no era precisamente un «progre de izquierdas», más bien todo lo contrario, y marchó que ya no entendía nada. Cómo desaparecían los pájaros, ni cómo los campos se llenaban de obesos gatos subvencionados en alimentos y castración, a cargo del erario público. Eso era el progreso, con el retorno de la plaga de mosquitos bien puntual en verano por la desaparición de los insectívoros. Todo muy coherente y la incineradora a tope, sobre todo los días nublados. ¡Vamos! Sí, se han arrasado corrales y jardines uno tras otro. En Son Espanyolet, en Pere Garau o en Palafrugell que es un tema que he ido siguiendo con los años y que se ha merendado el ingenuo idealismo. Josep Pla se preocupó mucho de apuntar con el dedo a Rousseau y de culpar a la Naturaleza de cualquier origen del mal. Eso sí, en sus últimas horas solicitó la ayuda de los monjes de Poblet para abrir las puertas de su cielo. Acostado en un codo sobre la almohada y en la otra mano el último cigarro antes de la extremaunción. Pocos años antes había ayudado a promocionar la idea de ese fallido órdago de una nuclear en las mismas playas de Pals. Eso, sí, era un auténtico asalto al paraíso.

Recuerden, abajo el limonero o el almendro y a cimentar después de vaciar de tierra. Mucho mejor los escombros de relleno y encima el cemento. Cómo no. Los años han pasado y en la tele o en la red las empresas que asesinaban a comunidades nativas en el otro hemisferio, hoy nos cuentan cómo funciona el planeta. Después de masacrar a comunidades que nos defendían la tierra hoy siguen presumiendo de haber llegado a todos los rincones y de poder hacerlo y calentar cualquiera de los mismos en tu propia casa. Sí, los rincones que es por donde vamos. De forma mucho más «inofensiva» y doméstica aquí lo que hubiera sido antes un meme, en los sesenta o los setenta, es hoy el súmmum de la contradicción. Año tras año, Gesa-Endesa patrocinando los anuarios ornitológicos del Gob, sus publicaciones, sí, la empresa responsable de casi todas las electrocuciones que sufren las rapaces y otras aves, hoy de la mano de la entidad ecologista en muchos momentos del año. ¿Postureo mallorquín? El peligroso déficit de coherencia en Europa.

Eliminen todo vestigio de vida. ¡Fuera! Pues culturalmente hemos viajado del Forest de The Cure al perreo constante y generalizado. Molestan los gorjeos de las aves pero todo el mundo puede ladrar a cualquier hora. Hemos cambiado la candidez de los jóvenes idealistas por la amargura crónica de los demagogos y descreídos, claro, esos que no confían para nada en una sociedad que critica la energía nuclear, critica, pero los sábados por la tarde, mientras ha consumado el asco y el odio a la tierra que nos ha dado la vida, vaciándola del propio jardín, de forma contundente. Y solo para terminar con «la suciedad» y embaldosar ese paso firme al siguiente punto: arrancar los árboles que quedaban y que brille todo bajo la reverberación siguiente y nos traigan una máquina de enfriar. Luego a llenar más páginas sobre la impunidad de las eléctricas y a llenarse la boca con las renovables. ¡Ah! Y no se olviden el selfie con la bici, toda esa teoría queda mucho mejor a pedales, como esa foto de Hitler en el jardín con cervatillo incluido, qué tierno.

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