En este año que está a punto de acabar han salido a la luz dos libros de autoras que política, social e ideológicamente ocupan extremos opuestos y, en algún sentido, antagónicos. Sorprende lo que tienen en común.

Ambas publicaciones tiran de la manta del grupo político al que pertenecen revelando descarnadamente los mecanismos, estrategias y actitudes del funcionamiento detrás de la escena de sus respectivos grupos.

Las dos autoras muestran aquello que el votante nunca ve, y que, mejor sería que no viera si de que aporte su voto se trata.

Los libros son Políticamente indeseable de Cayetana Álvarez de Toledo, diputada del Partido Popular y Qué hemos hecho de Victoria Nauda, que fue secretaria jurídica de la Comisión de Garantías Democráticas de Balears y asesora jurídica en el Consell de Mallorca.

La disparidad de las autoras no podría ser mayor.

Si asumiendo una cierta simplificación consideramos el espectro político en términos de derecha e izquierda, Álvarez es de derecha y Nauda de izquierda.

Álvarez, tanto por su extracción social como por su formación pertenece a la elite social y académica.

Nauda, por lo que ella misma cuenta en su libro, es de origen humilde y ha trabajado por el sueldo y para acabar su carrera.  

Sin embargo, ambos libros tienen un fuerte componente en común.

Trata de la revelación que detrás de la aparente unidad con la que sus partidos políticos aparecen en la escena pública, existe una lucha despiadada de poder, al límite, según coinciden ambas autoras de, debilitar o destruir a los propios grupos sacrificando todo principio ético.

La sensación que deja la lectura de ambas publicaciones es que no se trata de disparidades ideológicas sino de una lucha de egos, poder y protagonismo.

Winston Churchill advirtió a un joven parlamentario británico que sus peores enemigos no estaban en la bancada de enfrente (donde se situaban los laboristas), sino en la fila de atrás (donde se encontraban sus compañeros de partido). 

Como psicólogo no intento valorar las dimensión política, ética ni literaria de estas obras, pero veo la oportunidad de destacar un fenómeno psicológico y social de imprevisibles consecuencias.

Se trata de la pérdida de credibilidad y prestigio de los organismos y personas en las que se delega el poder de decidir.

Este tema tiene tal trascendencia que los investigadores sociales crearon una herramienta de medición de confianza llamada Edelman Trust Barometer, que podría traducirse como «Índice de Confianza de Edelman».

Este índice es de libre acceso en internet y presenta la evolución del mismo en los últimos 20 años.

Es muy significativo que este 2021 está caracterizado con una frase lapidaria: Declaring Information Bankruptcy, «Declaración de quiebra de la información».

Muchos de quienes aún no se deciden a protegerse con la vacuna contra la covid están paralizados por el enorme caudal de mensajes descalificatorios que compiten con los comunicados de las autoridades sanitarias y científicas creando un efecto de desconfianza generalizada e indiscriminada.

«No sé a quién creer» es una frase que se escucha con frecuencia, sea para vacunarse o para votar.

Los psicólogos clínicos sabemos que para la formación de la personalidad es mucho peor la ausencia de límites, normas y valores que una educación severa.

En psicología infantil los dobles mensajes o las descalificaciones entre los padres esterilizan la incorporación de una visión organizada del mundo y de la propia identidad, siendo éste el origen de muchas de las patologías psicológicas.

Émile Durkheim, uno de los creadores de la sociología moderna introdujo el término «anomia» para describir la ausencia de normas. Durkheim afirmó que un estado sin normas hace inestable las relaciones sociales.

Resulta paradójico que, de una parte, una de las lacras de las dictaduras consiste en limitar el acceso a la información para poder dar un mensaje único y controlado para reforzar su poder. Por otra parte, las sociedades democráticas en las que por el contrario las informaciones circulan sin ninguna necesidad de validación tienen el riesgo de desintegrarse.

Los estallidos sociales que se están produciendo en muchas ciudades europeas demuestran que no se trata de una exageración.

Los principios equivocados suelen resultar menos peligrosos que su ausencia.

Sobre esta cuestión, con su típico humor irreverente Groucho Marx ironizó: «Estos son mis principios, si no te gustan tengo otros».