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Ramón Aguiló

Escrito sin red | Una oportunidad democrática

Repasaba el pasado miércoles las noticias del Diario de Mallorca cuando topé con un artículo cuyo titular anunciaba «una oportunidad democrática para tratar la emergencia del clima»; me apresuré a leerlo intentando averiguar el contenido de esa oportunidad. Las expectativas creadas se multiplicaron al leer el primer párrafo, no entrecomillado, por su desmesura parafraseando a Neil Armstrong cuando pisó por primera vez la luna: «Un pequeño paso en la lucha contra el cambio climático y una zancada de gigante en innovación democrática en Balears». En verdad lo de la «zancada de gigante en innovación democrática» es tan sugestivo dadas las carencias de nuestro país en el ejercicio democrático del voto (v.g. las listas bloqueadas y cerradas; o el muy diferente número de votos necesarios para obtener un diputado según la provincia) y del funcionamiento de la división de poderes, que presumí que allí había gato encerrado.

Nuestra comunidad será la primera en celebrar una asamblea ciudadana por el clima, un mecanismo participativo que implica a toda la ciudadanía y que ya se hace en otros países. La portavoz del equipo pluridisciplinar de investigadores de la UIB que lidera la iniciativa, Clara Ferragut, anunció la formación de un grupo aleatorio de personas que tome decisiones sobre cuestiones complejas respecto al calentamiento global. Para la asamblea se seleccionará a un grupo representativo de ciudadanos escogidos a través de un sistema de sorteo cívico. Se elegirá de forma aleatoria a varias personas en base a una serie de criterios. Uno de ellos, no se aclara cuáles serán los demás, consistirá en que los jóvenes tengan sobrerrepresentación en las asambleas por ser los que sufrirán el cambio climático.

De entrada, y dados los precedentes en la UIB a propósito de sus investigadores (caso Minerval), sin poner en duda su cualificación científica y hasta que quede acreditada también su cualificación en conocimientos de sociología, a la vista de su propuesta pueden invocarse algunas dudas. Que un grupo aleatorio de personas tome decisiones sobre cuestiones complejas plantea interrogantes. Si el grupo es aleatorio, es posible que alguien con conocimientos científicos quede encuadrado. Dado que el dominio de cuestiones complejas en cualquiera que sea el ámbito en el que nos desenvolvamos suele ser (o debería ser) protagonizado por especialistas, es estadísticamente improbable que el grupo aleatorio los incluya.

A continuación, se aclara que se seleccionará (no se aclara quiénes serán los encargados de la selección) a un grupo representativo de ciudadanos escogidos por sorteo. Supongo que la intención de los investigadores es reeditar una forma de democracia como la ateniense. Como es sabido, a partir del año 450 a.c. se introduce en Atenas el sorteo para ocupar el puesto de bouleuta (consejero, había quinientos; de ahí la palabra boleto), que se abría a toda la ciudadanía. El cargo duraba sólo un año y no podía ocuparse más de dos veces (nunca consecutivas) lo que aseguraba que casi la mitad de los ciudadanos tenían posibilidades de formar parte del órgano supremo de gestión del Estado. Los requisitos eran ser mayor de treinta años y superar el examen moral de aptitud. Pero para los estrategos militares no se acudía al sorteo, sino que se elegía a los que contaban con experiencia militar (los especialistas) y podían ser elegidos indefinidamente.

Se añade que se elegirá en base a una serie de criterios. Es importante conocer cuáles serán los criterios, porque si su naturaleza obedece a requisitos diferentes a los de reunir la condición de adulto en plena disposición de sus capacidades, podrá haber sorteo, pero no tendrá nada que ver con la condición de aleatorio y, por tanto, no tendrá el carácter de representativo ni de democrático. Si a eso se le añade que los jóvenes estarán sobrerrepresentados, se acentuará la falta de representatividad y de democracia. El que sean los que van a sufrir más el cambio climático no es argumento democrático. Es como si para votar una ley contra la violencia de género estuvieran sobrerrepresentadas las mujeres frente a los hombres en el Congreso. Es tanto como afirmar que el voto no debe ser igual entre todos los ciudadanos.

La iniciativa propone que, una vez seleccionados (sic), los afortunados (sic) se reunirán con un grupo de expertos que les proporcionarán información sobre la materia que van a debatir. Después de una deliberación se trasladarán recomendaciones políticas a las autoridades competentes. No se entiende qué van a debatir los afortunados si lo único que podrán aportar son los argumentos de los expertos. Para eso, mejor obviar las pretensiones de representatividad y que recomienden directamente los expertos. Si saliera elegido del sorteo, declinaría inmediatamente mi participación; a nadie le gusta ser marioneta de otros. Lo genial es la afirmación de que, si la recomendación no se asume por los políticos, las instituciones deberán justificar por qué no se asume. Toda esta literatura política universitaria me recuerda poderosamente las tácticas del PCE en las postrimerías del franquismo y en la Transición para hacerse fuertes en sindicatos y asociaciones de vecinos.

Se propone una miríada de asambleas por islas durante cinco meses para que los ciudadanos (entre 50 y 100 afortunados) tomen decisiones sobre autosuficiencia alimentaria, disponibilidad de agua, modelo económico, transporte, desde una «perspectiva de justicia social», según Ferragut, con el objetivo de «garantizar el bienestar de las generaciones presentes y futuras». Añade Ferragut que el objetivo no es sustituir la democracia parlamentaria sino complementar el ejercicio político. Personalmente creo que sus objetivos son plausibles y dignos de encomio, pero para ello no es en absoluto necesario que intenten revestir el criterio técnico, que puede estar absolutamente justificado, con una pantomima de proceso democrático. La sociedad y la UIB se merecen un poco de rigor.

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