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Matías Vallés

Al Azar | La vacunación pasa a ser obligatoria

Se introducen cada vez más medidas coactivas para forzar a los no vacunados a inmunizarse. Antes de que se limitaran la movilidad y prestaciones de las personas reacias al pinchazo, hasta cuatro de cada cinco españoles se sometieron voluntariamente a la vacunación, y además a doble vuelta. La proporción alcanza a nueve de cada diez si se considera exclusivamente a los convocados, que se movilizaron por fe en los fármacos o por solidaridad con sus vecinos. Ningún líder político podría soñar con una audiencia similar, ni la elección más disputada ha alcanzado una participación equivalente.

Aunque cuesta olvidar las invocaciones a la inmunidad de rebaño en el setenta por ciento hoy piadosamente silenciadas, se considera que el cien por cien justifica que el díscolo de cada decena sea vacunado a palos. Al proceder a esta intimidación, se anula la espontaneidad solidaria de los otros nueve. La vacunación pasa a ser obligatoria, se puede insinuar que los teóricos voluntarios simplemente se adelantaron a inyectarse porque sabían que en algún momento no les quedaría otro remedio. Quienes actuaron por convicción autónoma se convierten en la peor especie de los cobardes, los felones por anticipado. Agustín García Calvo predicaría que el poder prodiga ahora las medidas coactivas con el objetivo preciso de despojar de todo mérito a los vacunados con anterioridad.

Se ha eliminado la distinción entre los vacunados voluntarios y forzosos, en detrimento de los primeros. Unas elecciones con voto obligatorio perfeccionarían la democracia, en cuanto que la participación crecida garantizaría unos resultados más representativos. Sin embargo, hay elementos intangibles que privilegian la decisión personal de apuntarse o no a las urnas. En la pandemia, se ha entregado a los negacionistas una victoria, cabe esperar que el fundamentalismo recíproco sofoque el grito de «no quiero una vacuna sufragada por los antivacunas». Entre otras cosas, porque se necesitará hasta el último antivacunas para pagar los carísimos fármacos, que se están transformando en realidad en tratamientos de administración trimestral.

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