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Jose Jaume

Desde el siglo XX | PP-Vox contra el papa Francisco; «cumbre comunista» en el Vaticano

Escoltadas por inusitado fragor mediático de medios afines, la estupefacción e irrefrenable irritación de las derechas hispanas contra el Sumo Pontífice hace historia

El papa Francisco y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

N i en las mejores épocas de la dictadura, los tiempos en los que la Iglesia católica española, a rebufo del Concilio Vaticano II, inició el desenganche del franquismo, se vieron tan soliviantadas a las derechas, que, sobrecalentadas por la galaxia de articulistas y tertulianos que las jalean (hasta Carlos Herrera en la Cope no se ha privado), no dan crédito a lo que ha sucedido en los Palacios Apostólicos de Roma, en el mismísimo centro del catolicismo, donde el Pontífice Máximo de la Iglesia universal ha recibido en audiencia a la vicepresidenta segunda del Gobierno, «socialcomunista» respaldado por «separatistas» y bilduetarras», Yolanda Díaz. Lo más suave es que una dirigente del PP de Madrid, Macarena Puente, haya tildado de «cumbre comunista» la audiencia concedida por Francisco a Díaz, que es despropósito descomunal; lo que excede toda medida son los insultos, groseros, desabridos, que eurodiputados de la derecha, dirigentes políticos de PP y Vox, han escupido, esputan, al Papa. Inaudito el estruendo alcanzado, que contrasta con el no menos sepulcral silencio con que la mayoría de obispos españoles, que comulgan en la cruzada que desde dentro de la Iglesia está en curso contra el Pontífice, al que se quiere suprimir por los medios que sean precisos, hasta la eliminación física, observan ante lo que acontece. Santiago Abascal, líder de Vox, llama «ciudadano Bergoglio» al Papa. Es nominalmente hijo fiel de la Iglesia. Conspicuos católicos, apostólicos y romanos, se refieren a Francisco despectivamente como «el papa peronista». Los hay que airean la supuesta animadversión que siente hacia España.

Lo insultan con zafiedad cuando se refiere al descubrimiento de América y a la «tarea evangelizadora» española. Otros, más comedidos, rebajan la importancia de la audiencia, arguyendo que recibe a todo el mundo. Imposible ocultar que 40 minutos con quien no es jefe de Estado ni de Gobierno excede los usos habituales de la diplomacia vaticana, que es sabido no da puntada sin hilo. La Institución ha sobrevivido a múltiples calamidades, superará la que la sacude: la pederastia enquistada en su seno, de la que sus eminencias reverendísimas españolas no quieren ni oír hablar. Con ellas no va la cita evangélica de que «quien escandalizara a uno de esos pequeñuelos más le valiera atarse una piedra al cuello y arrojarse al mar».

El desconcierto de las derechas es comprensible: constatan que no disponen de la cobertura de la Iglesia católica, que siempre dieron por concedido, para instalarse en el poder. Francisco, además, realza el futuro papel de Yolanda Díaz, que podrá preocupar al PSOE (el ataque de celos padecido por Nadia Calviño ha sido muy celebrado), pero que esencialmente dificultará la consecución de la mayoría parlamentaria de las derechas. Los socialistas requieren a su izquierda opción consistente para seguir gobernando. Díaz se la puede conceder. El Papa, perfectamente al tanto de lo que sucede en España, no ha dudado en ofrecerle la oportunidad de fortalecerse.

Los insultos de las derechas van más allá, tienen que ver con la decisión de Francisco, escoltado por los cardenales arzobispos de Barcelona y Madrid, Juan José Omella y Carlos Osoro, de acabar con el rampante nacionalcatolicismo que el agraviado y jubilado cardenal arzobispo Antonio María Rouco Varela, implantó en la Iglesia española desde los tiempos del papa polaco, el incorporado al santoral Wojtyla, continuado por su sucesor, el alemán Ratzinger, enclaustrado en el Vaticano, al que los que bregan por descabalgar a Francisco no han conseguido sumar a su causa. Con 94 años posa la mirada en el más allá.

El Papa, al tiempo, prosigue tenaz purga en el episcopado hispano, lenta, inexorable. El último damnificado, el obispo Munilla, prelado que bebe los vientos de Vox, pasaportado de Bilbao a Horihuela-Alicante. Pérdida de estatus. Son muchos los prelados a remover.

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