Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Creo que esta historia la contó Bert Gardner en un bar que ya no existe -el Chotis- en un lugar que ya no existe -la plaza Gomila- y en una Palma que ya no existe -la de los años 70-. Una tarde de verano, hacia 1971 o 1972, entró un tipo con gafas oscuras en el bar, se sentó en un rincón y se puso a escuchar la música. De pronto, alguien empezó a susurrar: “Es Ringo”. Poco después, todos los clientes estaban mirando al tipo de las gafas oscuras sentado en un rincón. “Es Ringo, es Ringo”, decían. Al cabo de un rato, cuando los rumores y los susurros corrían por todo el local –“Es Ringo, es Ringo”-, el tipo de las gafas se levantó y salió corriendo a la calle, que era la calle Nube y era un cul-de-sac pequeño y estrecho y sombrío, separado por una tapia muy alta del talud que daba al Paseo Marítimo.

Y sí, en efecto, el tipo de las gafas era Ringo, Ringo Starr, el batería de los Beatles (que se habían separado uno o dos años antes). Bert Gardner, el dueño del Chotis, se enfadó mucho aquella tarde. “Ringo se lo estaba pasando muy bien aquí, pero cuando la gente lo descubrió, se asustó y salió corriendo. Qué lástima”. Años después, la gente señalaba el rincón donde se había sentado Ringo: “Era Ringo, era Ringo”. Y por cierto, el perro de Bert y Maruja, un fiero pastor alemán que ladraba a los clientes que querían irse sin pagar, se llamaba Ringo. Supongo que fue un homenaje al tipo de las gafas oscuras que entró una tarde en el bar, se puso a escuchar música y tuvo que salir huyendo cuando fue reconocido por la clientela.

Estos días, al ver fragmentos de “Get Back”, el documental de Peter Jackson que reconstruye las últimas sesiones de grabación de los Beatles a lo largo de 1969, me he acordado de Ringo y de lo que se contaba en el Chotis sobre aquel tipo de gafas oscuras que entró una vez y al poco rato tuvo que salir corriendo. En estos tiempos de fanáticos idiotas, ver “Get Back” es una especie de cura contra la estupidez y todas esas ideologías basadas en el resentimiento y en el odio a la vida que tantos seguidores tienen ahora. Ver “Get Back” nos permite algo muy difícil y que ni el cine ni el arte ni la literatura han podido capturar jamás: ese momento preciso en que se pone en funcionamiento el talento artístico y de repente estalla y cristaliza y cobra forma. “El arte sucede”, decía Borges citando al pintor Whistler. Pues bien, en “Get Back” podemos ver ese milagro: cómo sucede el arte, cómo se materializa el arte, cómo se revela el arte.

Hay un momento en que Paul McCartney coge el bajo y se pone a tocarlo como si fuera una guitarra, y mientras está improvisando y va tarareando algo que ni él mismo sabe qué es, la textura de una canción va cobrando forma hasta que de repente se hace real. En veinte o treinta segundos, lo que era una masa informe se convierte en una canción perfecta. Y nosotros lo estamos viendo como si fuera una anunciación pintada en un mural de una vieja iglesia de pueblo (los colores cálidos de la filmación tienen una tonalidad medieval, como de iglesia iluminada por vitrales y cirios mientras cantan los fieles). Y es normal que sea así porque todo lo que ocurre en “Get Back” acaba convirtiéndose en un milagro.

Y ahí es donde aparece Ringo, Ringo Starr. Durante muchos años, en los años de apogeo de los Beatles, todo el mundo decía que Ringo era un batería muy malo y que era un tipo tontorrón que de algún modo no se merecía estar en los Beatles. En unos dibujos animados que se hicieron famosos en los años 60, Paul era el guapo, John el listo, George el bueno y Ringo era… el tonto, claro que sí. Pero lo que vemos en “Get Back” desmiente por completo esa imagen denigratoria. A todas horas, mientras sus compañeros componen, se aburren, bostezan, toquetean el piano o hacen bromas, y mientras Yoko Ono lee aburrida el periódico y Linda McCartney prepara su cámara de fotos sentada en el suelo, Ringo está al pie del cañón, siempre dispuesto a marcar el ritmo con su batería para dar forma a esas notas dispersas que poco a poco irán cristalizando en una canción. Y Ringo nunca falla. Después de horas y horas, cuando casi todo el mundo se ha ido a casa y el único que queda en el estudio es McCartney con su inagotable instinto perfeccionista, allí está Ringo, detrás del biombo de la batería, esperando oír las notas o los acordes o el confuso tarareo de una melodía que le inspire el ritmo preciso que hay que tocar para que de repente el arte suceda. Puede que todo el mundo creyera que aquel tipo feúcho de los grandes bigotes fuera el tonto del grupo, pero sin aquel tonto, sin aquel tipo, nada de lo que hicieron los Beatles hubiera sido posible. Nada, ¿entienden? Nada.

Compartir el artículo

stats