Diario de Mallorca

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Antonio Papell

El espanto civilizador

Buenos Aires

Y la ciudad, ahora, es como un plano

de mis humillaciones y fracasos;

desde esa puerta he visto los ocasos

y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto

me han deparado los comunes casos

de toda suerte humana; aquí mis pasos

urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera

el fruto que le debe la mañana;

aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá, ligera.

No nos une el amor sino el espanto;

será por eso que la quiero tanto

Jorge Luis Borges (1964)

Gabriel Rufián, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso, portavoz de su grupo parlamentario desde junio de 2019, irrumpió en lo público con una apariencia atrabiliaria que sorprendió al personal y le acarreó críticas acerbas. Pero poco a poco, al ir venciendo su evidente timidez, Rufián se ha asentado como buen parlamentario, y aunque no se compartan sus posiciones maximalistas (a veces uno piensa en su fuero interno que ni él mismo se las cree del todo), hay que reconocer que su franqueza resulta a menudo refrescante y que tiene una idea cabal del país en la cabeza, requisito indispensable para tener en política un papel constructivo.

Viene esto a cuento de que, como ha recordado Carlos Cué en su crónica, Rufián ha sacado a colación un hermoso soneto de Jorge Luis Borges sobre su relación con Buenos Aires para explicar el juego de adhesiones que ha permitido que este gobierno Frankenstein sacara adelante los PGE 2022 con una mayoría abultada de 188 votos afirmativos, lo que supone la conjunción de 11 formaciones políticas diferentes (como es sabido, el Gobierno de coalición solo cuenta con 155 votos entre PSOE y UP).

El soneto en cuestión explica que a Borges y a la ciudad porteña no les une el amor sino el espanto. Y algo parecido les sucede a los electores y a los partidos de este país cuando se vuelcan en favor de la opción progresista, que reúne con cierta facilidad a todo el espectro de babor, separado por una gran brecha del conglomerado amorfo y sospechoso que forman el PP, Vox y los restos agonizantes de Ciudadanos que, en un error postrero, han emprendido el camino definitivo hacia el abismo.

Solo quien no tenga memoria o quien haya perdido el sentido de orientación no estará viendo un enrarecimiento insoportable de las relaciones políticas, debido al empequeñecimiento de las dos grandes opciones centrales, centro-derecha y centro-izquierda, y al surgimiento de dos ámbitos radicales a la derecha y a la izquierda del espectro. El fenómeno no es solo español y no puede evitarse sentir un escalofrío cuando se asiste a lo que ocurre, por ejemplo, en Chile, donde la extrema derecha y la extrema izquierda se enfrentarán en segunda vuelta para elegir al presidente del país más desarrollado de Latinoamérica.

Así las cosas, el reducto de la derecha, que aunque discrepe internamente en apariencia forma un todo homogéneo (PP y Vox discuten pero gobiernan juntos en Madrid, Andalucía, Murcia, etc.), produce verdadero espanto en el resto del espectro porque Vox representa todo el ominoso pasado de la dictadura y las populistas propuestas filonazis y filofascistas que surgen en Europa con especial empuje tras las crisis de 2008 y de 2020.

El PP de Aznar o de Rajoy levantó grandes pasiones y notorios rechazos, pero no cuestionó el proceso político. De hecho, Aznar miró siempre hacia adelante y no se entretuvo en desmontar las reformas progresistas que había dejado González ya realizadas y que la gente había asimilado de buen grado porque formaban parte de la modernidad del país (el divorcio, el aborto, etc.). Rajoy hizo lo mismo (no se ocupó ni de la segunda ley del aborto ni del matrimonio gay…, ni siquiera cambió el sistema de elección del CGPJ). Pero la vuelta de la derecha al poder da hoy miedo porque el sector que Vox representa viene cargado de odio, de intolerable rechazo a las minorías, de agresiones siquiera ideológicas al diferente, de detestación al inmigrante, de negación de la violencia de género, de condena a las políticas compasivas y redistributivas que tienen que acabar con la pobreza, etc.

Por eso, como en Francia, todos los partidos democráticos se alinean contra la extrema derecha. Aquí, falta todavía que el PP dé el paso y se coloque en el lado acertado de la realidad y de la historia.

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