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Hombres con nombres de otros hombres

El objetivo primordial de los padres, sostiene el autor, debiera ser resistirse a la tentación de prolongar sus vidas en las de sus hijos

Cristiano Ronaldo.

¿Qué tienen en común Mariano Rajoy, Carlos Herrera, Sergio Ramos y mi padre? Los cuatro tienen un hijo que se llama como ellos. Es decir, que soy un junior. Cuando le pedí explicaciones a mi padre de por qué nos había hecho formar parte de tan endomingado club, me dio la única respuesta con la que podía ganarse mi perdón: «Hijo, me faltó imaginación». Por darle gusto a mi tía y a unos amigos me iban a llamar Felipe, pero justo antes de inscribirme en el Registro Civil, mi padre se dio cuenta de que en 1985, y en un entorno socialista como el suyo, todo el mundo iba a pensar que mi nombre era un tributo a Felipe González. Le pareció excesivo. Tuvo que recular sobre la marcha y no se le vino a la cabeza otra cosa que su nombre y el de su abuelo.

Así que por un lado tenemos a la masculinidad, que es como un sello saltarín que vocacionalmente quisiera estamparse en todas partes. Y por otro a los padres, cuyo objetivo primordial debiera ser resistirse a la tentación de prolongar sus vidas en las de sus hijos. Aviso: plantarles tu nombre no ayuda en absoluto. Si ya va a tener tu cara, tus gestos y tus enfermedades genéticas, ¿de verdad hacía falta el nombre?

Pero hay más gente insigne en nuestro club de hombres repes. Están, por ejemplo, Julio Iglesias y nuestro socio honorífico, Cristiano Ronaldo. Lejos de lo que la gente piensa, Cristiano Ronaldo nos viene muy bien a los hombres porque él aglutina todos nuestros defectos elevados a la enésima potencia y nos ayuda a identificarlos. Es un poco como el gigantesco monstruo final de Cazafantasmas: asusta mucho, pero es imposible errarle el tiro. En un documental, Cristiano Ronaldo junior declaraba que le gustaría ser futbolista, pero portero. Su padre, desencajado, le contesta: «¿Estás de broma?». Interrogado de nuevo sobre el asunto, Cristiano Ronaldo senior ha dicho: «Por supuesto me gustaría que mi hijo fuera futbolista como su padre. Sé que es un gran reto, que no es fácil. Pero él será lo que quiera ser. No le voy a presionar. Empujaré un poquito para que sea futbolista (portero no, quiero que sea delantero), pero él será lo que quiera ser». Los que hemos celebrado sus goles en el Real Madrid sabemos perfectamente lo que significa cuando Cristiano Ronaldo dice «empujaré un poquito».

Y cierro esta invitación a la ascesis paterna con un cuento de terror que me contó un amigo hace un tiempo. Él fue al despacho de su jefe, el señor Serrano, y se encontró allí al hijo de nueve años, ayudando al padre a mover unas cajas. Mi amigo le dijo: «Cuidado, que te vas a hacer daño», a lo que el chaval contestó: «Qué va, ¡si soy un Serrano!» (cambio el nombre por el bien de la carrera de mi amigo). Ese día me di cuenta de que, si a los hombres endosar nuestro nombre no nos hace bien, reproducir nuestro apellido nos sienta aún peor. Por mi parte, juro aquí que no habrá tal cosa como un Guedán. Mejor amordazar cuando antes a mi Cristiano Ronaldo interior y enseñarle a disfrutar de las mieles de volverse un poquito irrelevante. ¿Escocerá en el ego? Seguramente un poco con el cambio de estación, como los viejos golpes. Pero eso pesa menos que la obsesión que nos ha entrado a algunos por caerle bien a la posteridad.

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