Avanzado casi un cuarto del siglo XXI, el lamento de la mitad de la humanidad sigue resonando en las calles del mundo cada 25 N, también en las de Mallorca. Las mujeres están hartas de que las maten, las violen, las acosen, las maltraten, las traten como a seres inferiores y les amarguen la existencia. Fue en el año 2000, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas designó esa fecha como Día Internacional de la Eliminación contra la Violencia a la Mujer para recordar el brutal asesinato ese día de 1960 de las hermanas Mirabal, conocidas como las Mariposas, activistas feministas y opositoras al régimen de Rafael Trujillo en República Dominicana. Desde 2003, año en que empiezan a recogerse datos, 1.062 mujeres han sido asesinadas por la violencia machista en España (37 en lo que va de año) y 41 en Balears. Las islas han sumado este año a esa macabra lista tres nuevas víctimas: Warda Ouchane y su hijo Mohamed, en sa Pobla, y Elena Livigni, en Eivissa.

Los asesinatos representan la punta del iceberg del infierno que consume a millones de mujeres en sus hogares, en el trabajo, en la calle. Un padecimiento silenciado a lo largo de la historia que ha irrumpido en las agendas políticas y ha calado en buena parte de la sociedad. Sin embargo, aquí preocupa y mucho el negacionismo que ha frustrado una declaración institucional de condena por la ausencia de Vox, partido que niega la existencia de una violencia específica contra la mujer pese a las sangrantes estadísticas. Manipulan con mentiras como las denuncias falsas, que sólo representan el 0,03% de las presentadas y reciben condena, igual que en cualquier otro ámbito de la delincuencia. Preocupa y mucho que su influencia en la opinión pública traspase las fronteras de partido y cale en estructuras orgánicas de primer orden.

Aunque persisten los agujeros negros, los avances y el progreso de la mujer es imparable gracias a nuevos marcos legislativos. Balears ha reforzado en los últimos años la respuesta con acciones de sensibilización, prevención y coeducación, asistencia a las víctimas y programas pioneros como el SOIB Dona, que garantiza un año de trabajo. Sin embargo, los datos demuestran que los recursos siguen siendo insuficientes y exigen una revisión para ganar en eficiencia. Jaume Pla Forteza, inspector de policía local jubilado, señaló en una tribuna publicada en este diario un punto débil a corregir: la dispersión de esfuerzos. Es una crítica a estudiar sobre todo por una administración que presume de feminismo y ha fallado estrepitosamente en casos como el de Mariluz Esún, profesora del instituto Madina Mayurqa.

Ha habido muchas intervenciones exitosas que han liberado a las víctimas de su calvario. Pero en una materia tan dolorosa, ante cada fallo hay que preguntarse con diligencia ¿qué hemos hecho mal? Reconocer, reparar y avanzar. En esta revisión, que ha de implicar a administración, organizaciones y a cada ciudadano en su entorno, urge abordar el creciente número de jóvenes que normalizan el machismo en su relación con las mujeres.