Diario de Mallorca

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El miércoles de la semana pasada dos ministros del Gobierno de España, la de Ciencia e Innovación, Diana Monart, y el de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, firmaron —mascarilla en rostro— con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, un protocolo de colaboración que establece las bases necesarias para reconocer la cocapitalidad cultural y científico de la Ciudad Condal. Supongo que la iniciativa, por el momento en que se lleva a cabo, responderá a la necesidad de aprobar en las Cortes la ley de los presupuestos generales del Estado para 2022, un tanto en el aire por la dificultad de lograr los apoyos necesarios. Pero desde lo que supone el sentido común, resulta como poco sorprendente. Cualquiera que tenga la edad, el interés y la memoria necesarios para recordar lo que ha sido el papel en esos dos ámbitos, el de la cultura y el de ciencia, de Barcelona no ya desde la restauración de la democracia sino incluso durante la dictadura franquista, sabe de sobras que la ciudad era ya capital de España por méritos propios en sectores tan señalados como la edición de libros, la industria farmacéutica, la investigación científica y la música tanto clásica como contemporánea.

En la parcela que mejor conozco, la literaria, a pocos se les escapa que Barcelona tenía la parte del león en lo que hace a publicar libros y no sólo en catalán, que iba a ser difícil buscarle una alternativa, sino en castellano. Tras los primeros y más difíciles años de la postguerra, fueron las editoriales catalanas —Destino, Noguer, Planeta, Seix Barral; Anagrama más tarde— las que acaparaban la publicación de la literatura en castellano más leída e influyente y era allí, en Barcelona, donde se concedían los premios más sonados. Hasta que se levantó en Madrid el Auditorio Nacional (en 1988) y la ciudad recuperó por completo su Teatro Real (en 1997), el palacio de la Zarzuela no les llegaba ni al tobillo al Liceu y al Palau de la Música. Mi generación descubrió lo que significaban los cantautores de la mano de Paco Ibáñez y Víctor Manuel, sí, pero las referencias de mayor altura eran Joan Manuel Serrat y Lluís Llach. La principal aventura científica de la postguerra tuvo que ver con la producción de antibióticos; poco se podría decir de ese empeño de tan enormes dificultades sin dos empresas de Barcelona: la Unión Química Farmacéutica y el Laboratorio Leti, que consiguió aislar la penicilina ¡en 1943! ¿Es preciso seguir aportando ejemplos?

Bienvenido sea cualquier protocolo que promueva los lazos culturales y científicos entre las dos capitales, existentes de sobras antes de que a los ministros les diese por reunirse con Ada Colau. Pero lo que más me sorprende de esta historia es que en ningún momento del acto, ni del protocolo ni de sus crónicas, se haga referencia en absoluto a la otra ciudad implicada en la cocapitalidad, la que tiene por alcalde a Martínez-Almeida. Supongo que no tiene nada que ver el que el gobierno municipal sea del Partido Popular.

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