En el momento que, con absoluta indiferencia sobre sus propias consecuencias, el agresor decide segar una vida, el feminicidio de la mujer es prácticamente inevitable. Incluso víctimas con protección policial permanente, no tienen plenas garantías ante un ataque fundamentalista. La mayoría de asesinos se entregan o se suicidan.

Las unidades policiales de protección poco aportan a la seguridad objetiva de las víctimas. Sus funciones básicas son revisar los casos, asesorar telefónicamente y realizar por el mismo medio contactos pautados en función del nivel de riesgo. Reducen la victimización secundaria y sus labores operativas son las que menor carga de trabajo generan.

Además de en asistencia, justicia y seguridad, el Estado invierte ingentes recursos económicos y humanos en estructuras administrativas que explican su papel ante la sociedad. Se produce una retroalimentación institucional, en la que las víctimas quedan muy alejadas, viendo desde sus «cavernas» con las mochilas colmadas de consternación, los minutos de silencio, tuits o vehementes declaraciones de los políticos tras un hecho violento. Ellas demandan prevención y apoyo material, no condenas verbales.

El hecho natural de nacer mujer representa un riesgo. Hay madres que al alumbrar una niña lloran al entrever su futuro. Esta realidad se agrava en relaciones de pareja, donde la mujer sufriendo violencia de «baja o media intensidad» vive estoicamente su día a día sin adivinar una salida. Y es aquí donde habría que incidir, dándole oportunidades para que pueda romper ese vínculo nocivo que no la mata «de momento», sin embargo, la socava como persona.

El reiterado mensaje institucional «DENUNCIA...... y luego vete a casa» que ya informaremos al juzgado, debe ir precedido del «DÉJALO…. y vete (o según el caso: invítale a marcharse) de casa» y ya te ayudaremos. La agresividad incipiente tiene que tener como reacción el abandono de la pareja. Y, si presenta una personalidad agresiva adoptar ciertas precauciones antes de darle la noticia, buscando el apoyo de su entorno y de la Administración. No esperar a sufrir el delito.

Si nos centramos en paliar las consecuencias avanzaremos poco. Hay que mejorar la prevención combatiendo la sexualización imbricada en la esfera social. Pero sobre todo empoderar a las mujeres. Ellas son las principales defensoras de su situación. Están solas y necesitan herramientas, especialmente emocionales para hacerlo. Es básica la detección temprana y reacción fulminante, finalizando la relación tóxica. La administración tiene que apoyarlas materialmente, y más cuando afecte a la conciliación laboral. Tienen muy difícil avanzar por sí mismas con responsabilidades familiares.

La clave está en la aplicación de la perspectiva de género en las relaciones políticas, laborales, sociales y de cualquier otro ámbito. Asumiendo como valor superior la L.O. 3/2007 para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Para considerarse Ciudadanas iguales no tienen por qué ser heroínas. Falta voluntad política e imaginación en el desarrollo de políticas que promuevan el principio constitucional de igualdad material.

En la respuesta a las consecuencias, prima la dispersión asimétrica de esfuerzos y voluntariedad en la aportación de recursos. Todos los actores institucionales quieren tener su «parcela», no existe una respuesta homogénea de calidad.

Con foto asegurada en su inauguración, las salas amables están de moda. Policías las tienen y otras no. Hay oficinas de recepción y denuncias impropias, cuando no claustrofóbicas sin intimidad, o advertir cómo la falta de insonorización de la dependencia de alguna Unidad especializada no garantiza la confidencialidad.

Relacionada con el vestuario de los Santos, existe una técnica compensatoria de la calidad de los servicios. Equilibrar déficits no es una buena noticia. «Se debe potenciar a los necesitados sin perjudicar a los bienaventurados». Y, si se refieren a personas, un sencillo «pon gente» lo soluciona.

Los servicios de acogida no garantizan mantener la unidad familiar con hijos mayores de edad y/o animales de compañía. La ruptura del núcleo afectivo hará aguantar a muchas mujeres más de lo que deberían.

Estas y otras oportunidades de mejorar deben asumirse, dado que, aunque no tengan rentabilidad política repercutirán positivamente en las víctimas.

Habría que replantear el proceso, escuchar y cuidar a los profesionales «de a pie» y sobre todo poner el foco en la Mujer, no en el Sistema. Como quiera que no somos capaces de evitar su sufrimiento, al menos minimicemos las consecuencias.