Diez días después de que un grupo de migrantes salieran huyendo por las pistas de Son Sant Joan procedentes de un vuelo de Air Arabia que cubría el trayecto Casablanca-Estambul, tras un aterrizaje de emergencia por una falsa crisis sanitaria de un pasajero con antecedentes en España, dieciséis están en la cárcel y nueve siguen en busca y captura. «Supuso un caos en el aeropuerto por un incidente provocado y organizado, sin precedentes en el espacio aéreo europeo y de dimensiones internacionales», recoge el auto de prisión de Rosa Mas. La magistrada, que describe además «el caos y agresividad» vivido dentro de la nave, acaba imputando a estos inaceptables comportamientos dos tipos diferentes de sedición, coacciones y favorecimiento de la inmigración ilegal. Tipos penales que conllevan condenas de hasta trece años.

La contundencia y gravedad con que se plantean los hechos en el ámbito judicial dista mucho del relato trasladado desde la política. La Delegación del Gobierno y el Govern, afanados sobre todo en no crear alarma, lo circunscriben a un «episodio puntual» que «no puede volver a pasar», o a «una aventura mal calculada», en el caso de Marruecos. A este lado del Mediterráneo, la cadena de fallos de seguridad se pretende despachar con un «vacío» en el protocolo de actuación entre Aena y los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado. Los ciudadanos, obligados a desprenderse de botas y cinturones cada vez que cruzan el arco de seguridad de la terminal, observan atónitos la vulnerabilidad de las pistas, el espacio supuestamente más vigilado de la isla, y no pueden dar crédito a que nadie pensara nunca que un avión en escala de emergencia requiera un mínimo de control. ¿Y si en lugar de migrantes buscando una vida mejor se tratara de narcos, yihadistas, traficantes de armas o agentes de la CIA, que ya pasó? Hemos aprendido poco y hemos creado, con todos sus matices, cierta tendencia. En el aeropuerto de Barcelona, en una escala prevista, el pasado lunes se bajaron cuarenta palestinos que se negaron proseguir su viaje y piden asilo.

Además de la respuesta al agujero de seguridad, tan sensible en una comunidad turística como Mallorca, el asunto, pendiente de investigaciones en curso, presenta una dimensión de enorme trascendencia que exige tomárselo muy en serio. «Prefiero que me coman los peces que los gusanos en Argelia», confesaba desesperado a las cámaras de la televisión autonómica un joven migrante que sobrevivió a la letal travesía en patera que le arrastró hasta Cabrera el pasado octubre. La ruta balear para la migración irregular se afianza. Sea en barco o en avión, la migración a las bravas es un fenómeno larvado en la desesperanza de millones de personas que quieren dejar atrás guerras, miseria, falta de libertad o simplemente quieren poner luz a una vida carente de horizontes. Y es que solo se vive una vez, aquí, allá y en todas partes. Víctimas de las mafias o de un sueño que muchas veces acaba en pesadilla, los migrantes no detendrán su fuga mientras nada los arraigue a su lugar de origen.