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Matías Vallés

Y no se hable más del asunto Arnaldo

Un consenso perverso garantiza el silencio respetuoso al magistrado indigno del Constitucional cuando se vuelve más peligroso

Y no se hable más del asunto, el subjuntivo ordenancista del castellano recio se aplica en provecho de Ernesto Arnaldo desde las editoriales más marmóreas. Un consenso perverso le garantiza el silencio aquiescente al magistrado indigno del Constitucional, porque ha violentado el espíritu de la Carta Magna de aquí a Panamá, y ahora le entregan su cuerpo inerme en prenda. Le ‘entreguan’, dado que se decreta una tregua unilateral, porque el otro bando sigue más activo que nunca.

La excusa hipócrita apunta a que con el mantenimiento de la crítica al nombramiento del Constitucional se tambalean la institución o el país entero, cuando precisamente ahora se concreta la amenaza y el beneficiario de la injusticia se torna más peligroso. No se hable más. Se exige el «amén de la letra vista» establecido por Quevedo en su discurso de todos los diablos. Aparte del gregarismo en la deposición de armas, la palabra silencio en labios de un periodista equivale a un suicidio. Programado en este caso y con la intención implícita de proteger a PP y PSOE, que votan juntos más a menudo de lo que pretenden los apóstoles de la España disuelta.

Planificar la duración y caducidad del escándalo para que no tenga consecuencias es más peligroso que aplicar una censura previa. La ocultación furtiva del desafuero bajo monsergas morales es menos grave que el engaño deliberado. No han cesado los fundados motivos que desaconsejaban la incorporación del magistrado, sino que se ha producido una rendición de los perros guardianes de la democracia, nunca sonó más grandilocuente la exaltación perruna. Arnaldo ha ganado el cargo cenital y la batalla, a falta de que el CIS remiende en futuros boletines las lesiones causadas a los partidos involucrados. Con una astucia impropia de una formación vapuleada por Ayuso y Cayetana, el PP ha arrastrado a PSOE y Podemos, que han acabado pagando las facturas de un nombramiento que avergüenza al espectro político en su conjunto.

Si un intérprete a partir de ahora irrefutable de la Constitución se llama Enrique Arnaldo, el texto en cuestión no será tan sagrado como pretenden los mismos que fingen tolerar la exaltación del magistrado. Y no se hable más, una orden que viene acompañada por la reprensión de «ya os habéis divertido bastante». Quienes súbitamente aclaman la nueva alineación del TC para fortalecer el tejido institucional, deberían admitir al menos que han sido persuadidos por las bondades inéditas del discutible nombramiento. También tendrían que pedir perdón por haber exagerado en sus críticas chismosas, que han despellejado a un inocente sobrevenido. De lo contrario se acentúa su frivolidad en la toma de decisiones, se desnuda un atolondramiento caprichoso, la sustitución de la información por la informalidad.

La disciplina de voto impone la indisciplina de veto. Arnaldo era un pésimo candidato al Constitucional, pero es un magistrado irreprochable una vez investido a regañadientes por el Congreso. Por muchas veces que golpee, siempre sorprende el impacto del no se hable más. La intención del filtrado dirigido de la realidad reposa en la presunción de prepotencia. Los tibios actúan convencidos de que, si no se habla de Arnaldo, desaparece. En perfecta simetría, los escamoteadores también albergan la pretensión descabellada de que sus dardos son letales.

En contra de tanta soberbia, la confirmación de Arnaldo también reafirma la debilidad de la prensa pactista, que ofrece la ley del olvido para disimular el emparentamiento tóxico y monetario del magistrado con personajes como Matas. Si urge consolarse con las desgracias ajenas, también en Brasil se creó en 2017 el personaje televisivo Bolsonabo, para impedir que el Trump de los trópicos llegara al poder. A la vista queda que la inteligente maniobra no solo fue estéril, sino que obró el efecto contrario al imaginado, hasta el punto de que el capitán Jair Bolsonaro triunfó entre las diferentes capas de telespectadores.

La facilidad con la que Arnaldo ha vadeado los obstáculos a su nombramiento conlleva el alcance del cero absoluto de la temperatura crítica, un milagro de la termodinámica informativa. La moraleja de la batalla mediática no establece que PP y PSOE se andarán con ojo antes de efectuar propuestas disparatadas, sino que acabarán prevaleciendo con soltura frente a un gallinero de limitada duración y efectos prácticamente nulos.

Una tormenta mediática, con el acompañamiento eléctrico que generó el proverbial incendio de las redes sociales, se saldó con apenas una docena de diputados que se negó a apoyar la colocación de Arnaldo. No alcanzan ni al cinco por ciento de los representantes parlamentarios entusiastas de la proclamación, porque mal anda el país si las pinzas de votar no se las colocan solo los votantes, sino también los votados. Habrá que estudiar a fondo la debilitación de aquella opinión pública que en el 11M revirtió las teorías de las conspiración alentadas por el propio Gobierno, una innovación tan hispana como la guerrilla y el liberalismo. Hoy se abandona la batalla a medias, se ordena que no se hable más del asunto. Y punto final.

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