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Matías Vallés

Hablaremos de las Díaz en mayo

El poder es una carrera de larga distancia. Mediado el segundo mandato de George Bush, tras el aplastamiento de John Kerry, se barajaba con expectación de combate del siglo la siguiente confrontación a la Casa Blanca. En especial porque se suspiraba por medir las fuerzas de Hillary Clinton, de candidatura asentada en las filas Demócratas, con la incógnita de Condoleezza Rice, la secretaria de Estado a quien el presidente había llamado en público «mi esposa». Se escribieron libros sobre el duelo femenino, hasta que emergió el carisma desde entonces nunca igualado de Barack Obama. La suerte estaba echada, los pronósticos se los llevó el viento.

Cambiando de continente, Díaz contra Díaz es el duelo soñado ahora mismo en España. El enfrentamiento con La Moncloa en juego de Yolanda Díaz y Díaz Ayuso colmaría las expectativas de todas las cadenas televisivas, pasando por Tele 5. Se mediría el discurso contra el tuit, se necesita una sobredosis de ingenuidad para presumir que ninguna de ellas contempla su propia candidatura o la de su rival. En estos tiempos acelerados, solo están lastradas por el fiasco del Hillary-Condi, la pugna llega demasiado pronto.

Por perseverar en el vicio de guiarse por Francia, quienes todavía hoy minimizan las aspiraciones de las Díaz por inviables se parecen demasiado a los expertos que se carcajeaba de la candidatura del polemista Éric Zemmour al Elíseo en 2022. Pues bien, en un par de meses y con solo un libro de bagaje, ha desbordado los porcentajes de todas las derechas y se asoma a los números de Macron.

«¿Hablaremos de Zemmour en marzo?», se pregunta Francia pese al ascenso vertiginoso. Los colosos de hoy son el aguachirle de mañana, el escepticismo puede transmitirse al mantenimiento de la velocidad de crucero de Díaz y Díaz. En una sociedad que ha inaugurado la nostalgia de la actualidad, la vigencia estelar de ambas gobernantes es un enigma. El acoso y derribo contribuye a mantenerlas en la cima, pero sería irresponsable ignorarlas.

Un titular entre interrogantes ofende al lector. Basta con retirar los signos para que el «¿Hablaremos de las Díaz en mayo?» se quede en «Hablaremos de las Díaz en mayo», con el valor añadido de que solo entonces podrá determinarse si la vicepresidenta del Gobierno y la presidenta de Madrid han sucumbido a su propio empuje. La incógnita sobre la pervivencia no cancela la potencia actual del dúo. Sería imprudente que los adversarios que acumulan en sus bandos respectivos insistieran en considerarlas «the flavor of the month». El «sabor del mes» se ha consolidado.

En especial, Yolanda Díaz muestra una consistencia acerada, a falta de determinar si comparte la fragilidad psicológica de Pablo Iglesias. En cuanto a Díaz Ayuso, confirmó la alternativa en El hormiguero de Pablo Motos. Ahora bien, al ubicar los numerosos tuits generados por su ferocidad en la réplica, se observa el mismo fenómeno centrípeto de Esperanza Aguirre. A saber, la incidencia se diluye proporcionalmente a la distancia de Madrid. Es el precio del nacionalismo.

Tanto entre las rebeldes de Valencia capitaneadas por Yolanda Díaz como en el reducto de la otra Díaz, se observa el estilo antipolítico de mujeres adictas a la política. A falta de dilucidar la pervivencia de esta corriente, no existe ningún riesgo de que las Díaz caigan víctimas del síndrome del impostor, que en Estados Unidos ha hundido a Kamala Harris. Este malestar aqueja a las personas competentes pero que dudan continuamente de sus capacidades, y temen ser expuestas como un engaño. Al margen del desenlace, la historia reciente de España no ha conocido a dos personas más seguras de sí mismas que las Díaz.

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