Diario de Mallorca

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Alex Volney

La elegancia no es del erizo

Coarrotja Miquel Àngel Dora

Hace semanas que en los atardeceres todavía cálidos se iban dejando oír escalonadamente, en su llegada, esas inconfundibles castañuelas de otoño, de cuando se presentan puntuales los petirrojos. Este año regresaron a los campos y bosques que aún no habían recibido el agua que ha caído ya toda estos últimos días. Al retorno de esta preciosa avecilla tan conocida, el ropit, Erithacus rubecula, siempre se le añade a los pocos días, la de su primo el Coarrotja de barraca o Colirrojo Tizón que de cerca lo acompañará sin inmiscuirse en sus asuntos, que bastante tienen con el cuento territorial. (Aparentemente en liza identitaria cuando todos van con el mismo flamante bavero encarnado).

Este otro precioso insectívoro: Phoenicurus Ochruros, como indica su nombre, destaca por su rojiza cola y es inconfundible cazando al acecho desde setos, antenas o cables alcanzando insectos voladores, terrestres, arañas y ciempiés. Es muy común en épocas de migración y aquí en otoño es la hora de recibirlos y observarlos.

La cola en constante movimiento que no cesa pues es un pájaro muy inquieto y siempre anda buscando insectos, larvas o bayas y a menudo se deja ver en zonas arboladas, jardines o ruinas.

La hembra es gris, el macho recuerda el negro hollín en contraste con el pardo de su compañera. Tiene un porte erguido y cuando no se deja ver se intuye pues comienza el canto, sobre todo estos días acabados de llegar y mucho antes de la salida del sol desde una antena o una teja o cualquier posadero prominente lanzando su «fid teck teck». Una melodía realmente potente que empieza sibilando para terminar en gorjeo. Si aparece un gato, o cualquier otra amenaza, emite su nota de alarma habitual, un contundente «tektektek» y escurre el bulto con ese punto del que sabe estar y largarse sin que se note mucho.

Óbviamente es un ave de paso y no nidifica en Mallorca. De hecho los huevos son blancos (lisos y brillantes) en el Oeste y azulados en la parte oriental del Mediterráneo y en el Cáucaso. Las puestas son de cuatro a seis en tazas de hierba seca con tallos y musgo, fibras vegetales y algunas plumas. Sólo incuba la hembra entre la docena y la quincena de días. Pueden hacer dos nidadas e incluso tres. Este animalillo que es de los más beneficiosos y bellos, es todo un clásico estos días de auténtico otoño. Se reproduce en alerones, grietas y agujeros de muros y paredes. Aquí lo conocemos por su paso puntual precediendo al invierno cuando bajan a la Europa Occidental y Meridional (incluso Norte de África).

Aunque no se sientan muy interesados por todo esto o por estos bichos, observen con atención, no verán a otro plumífero más elegante en su combinación de colores, elemento azulado difuminándose en un naranja parduzco. Sus movimientos muestran una crónica incapacidad de estarse quieto y su familiar canción se escucha desde casi la total oscuridad. Impaciente, pero con clase y anunciando de nuevo como se va a mostrar, en breve, con dedos de rosa la aurora. Claro que sí. En ciudades o pueblos, tanto da, caminen erguidos, no agachen la cabeza ni con la que está cayendo. Respiren hondo y escuchen. Observen. Otra vez han llegado y por lo menos hay algo que funciona como un reloj.

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