Diario de Mallorca

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Cuando yo era un crío de pocos años viviendo en la casa de mis padres de la calle de José Villalonga de Palma, la cocinera, María, que era de Campos y hablaba en consecuencia, se pasaba el día tarareando el pasodoble Valencia. Lo sé porque la cocina de aquella casa era la única habitación caliente y seca de toda la casa, así que los perros y yo nos pasábamos las horas muertas en ella huyendo de la humedad y el frío de los inviernos que no existen de Mallorca.

Con semejantes recuerdos presentes, cabe imaginar la alarma con la que he leído en un diario de tirada nacional que el Senado acaba de prohibir el uso de la palabra Valencia. Se me vino a la mente el disgusto que se habría llevado María al verse incurriendo en un delito, o en una falta al menos, sólo por seguirle los pasos a Sara Montiel. Verdad es que una prohibición así resulta cuando menos ridícula porque los medios necesarios para imponerla, vigilando que cada persona se abstenga de pronunciar esa palabra, superan con mucho hasta los medios de que dispone el ministerio de Hacienda para sacarnos los cuartos.

Pero lo peor de la noticia, a mi entender, es la inquina contra una palabra tan poco culpable de sospechas, malsonancias y enredos. ¿Qué tendría Valencia para que los padres de la patria de la cámara alta le hubiesen puesto la proa? Así que me puse a leer la noticia entera, más allá del titular alarmante, y me enteré de que la razón de vetar el uso de tal palabra se refiere a estrategias políticas y afecta sólo a la grafía de la capital del Turia puesta en castellano. València, con acento grave en la segunda vocal, vale. País valenciano, también. Comunidad valenciana, que es la denominación oficial, se acepta pero no se recomienda.

Semejante lío de nombres tiene que ver con las iniciativas oficiales que se presentan ante la Mesa del Senado presidido por el socialista Ander Gil, quien parece que ha dado instrucciones precisas sobre lo que cabe y lo que no cabe poner por escrito. No acabo de entender cuáles son las razones que llevan a prohibir que se utilice la forma castellana de nombrar a una ciudad, habida cuenta de que será la que utilice todos los días buena parte de los ciudadanos que viven en el otro país, éste mismo. Pero como en realidad el rifirrafe queda de momento circunscrito a los términos que se utilicen en las iniciativas referentes a la comunidad, perdón, país valenciano, poco ha de preocuparnos a quienes no tenemos que manejarlas.

Me he quedado tranquilo. En el cielo donde se encuentre, nuestra María podrá seguir cantando lo de la tierra de las flores, de la luz y del amor sin detenerse en miedos de los que hacen trastabillar la voz. Aunque dudo que ni siquiera una prohibición directa y general la hubiese alterado. A María le preocupaba muy poco la política, y la política idiota menos aún.

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