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Carles Francino

Peligro de catequesis

«Amí, donde me pongan un chuletón al punto... eso es imbatible». El pasado mes de julio, Pedro Sánchez pareció dejar a los pies de los caballos a su ministro de Consumo, que había sugerido reducir la ingesta de carne para mejorar nuestra salud y proteger el medio ambiente. Pero dos días después Alberto Garzón sobrevivió a una crisis de Gobierno que se cobró cabezas mucho más cotizadas.

Ahora vuelve a reivindicar su papel de Pepito Grillo con el anuncio de prohibir en horario infantil la publicidad de los alimentos insanos que millones de niños españoles consumen a mansalva. Y se repite la historia: esta iniciativa pensada para mitigar un problema tan serio como el sobrepeso y la obesidad en edades tempranas, ha generado una contraofensiva en la que se invoca la libertad individual como valor supremo ante cualquier atisbo de injerencia.

Papeles invertidos

Está claro que tenemos un problema. Ya no es solo que los ganaderos pusieran a parir a Alberto Garzón o que el sector de la bollería industrial se haya rebotado también contra él; esas son reacciones comprensibles cuando alguien se siente amenazado. No, yo hablo de otra cosa: de una corriente de opinión cada vez más potente que se muestra alérgica a la norma; a cualquier norma. Y lo más llamativo es que con esa corriente se han invertido los papeles; porque antes solía ser la derecha la encargada de dictar reglamentos sociales o morales, pero ese incómodo papel lo ha asumido la izquierda desde hace tiempo. El discurso que denuncia una supuesta «dictadura progre» o que abomina de lo políticamente correcto va captando cada día más adeptos.

Sí, ya sé que es el discurso de Vox, o el de Trump, o el de Ayuso, con su infame tuit de: «Drogas, sí; dulces, no». Pero les funciona; y las elecciones de Madrid son la prueba del nueve. Si no cambia algo, los progresistas de este país acabarán identificados como sacerdotes de una nueva catequesis y los más conservadores del lugar, como revolucionarios por la libertad. Vivir para ver.

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