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Matías Vallés

La politización de Calviño

La vicepresidenta pierde la neutralidad para alinearse

con el socialismo, en la guerra de trincheras desatada

en el Gobierno entre PSOE y Podemos

Nadia Calviño.

Cada nuevo presidente de PSOE y PP llega al poder en clave redentora, bajo la solemne consigna de que no reciclará a ministros manchados por su rival del duopolio, para injertarlos en el flamante Gobierno. Es una herencia del turnismo decimonónico, que obligaba a la mudanza en bloque de los funcionarios salientes. La ocupación del poder ha de ser completa, pero los recién llegados captan pronto la utilidad de la experiencia de sus predecesores. Y rectifican.

Los ministros de Adolfo Suárez eran franquistas por obligación, y su asimilación por el conato democrático se consideraba un requisito suficiente para resetearlos. Felipe González fue el primer gobernante en anunciar explícitamente que no contrataría a ninguna herencia del suarismo. Pronto incumpliría la promesa con el añorado Fernández Ordóñez, tal vez el mejor ministro de sus Gobiernos y uno de los grandes políticos españoles que no alcanzaron La Moncloa, en la estirpe de Rubalcaba.

La feroz oposición llevada a cabo por Aznar para debilitar a González no le libró de cargar con Eduardo Serra, elevado además de secretario de Estado socialista a ministro de Defensa en el primer gabinete popular. La contradictoria cartera fue adjudicada en atención a la recomendación forzosa de Juan Carlos I, en los prolegómenos de una suavización de las exigencias de transparencia del presidente del Gobierno, que no desclasificó los papeles del Cesid amén de indultar a la jerarquía política de los GAL.

En consonancia con su acreditado talante, Zapatero nombraba con tal discrecionalidad a altos cargos con márchamo derechista que cabe hablar de conducta en vez de excepcionalismo. Valgan por todos Carlos Dívar al frente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. En la alineación de Pedro Sánchez sobresale Grande Marlaska, un conservador acentuado que fue miembro del CGPJ a instancias del PP. De hecho, y siendo ya ministro del PSOE, exaltaba las bondades de la Ley Mordaza de Rajoy, que ahora promete liquidar por disciplina.

Nadia Calviño supera en exotismo a sus compañeros de ejecutivo socialcomunista. Su consolidación, sellada con el ascenso a la vicepresidencia primera, obliga a revisar el rol original de embajadora o infiltrada de la Unión Europea y de la patronal. Su papel de guardiana de la ortodoxia tampoco se corresponde con una innovación radical. Goza de señeros precedentes en Pedro Solbes y antes en Miguel Boyer, que consolidó su marginalidad socialista mediante un matrimonio literal con la jet set.

La diferencia con sus antecesores en la vigilancia de las cuentas, que abandonaron antes de mancillarse con fidelidades ideológicas, consiste en la politización de Calviño. La vicepresidenta se ha despojado de una calculada neutralidad, para alinearse con el socialismo dentro de la guerra de trincheras desatada en el Gobierno entre PSOE y Podemos. Aun admitiendo que Sánchez precisaba refuerzos con urgencia dada la bisoñez del nuevo gabinete, la estampa de su número dos remontándose a la infancia para depurar sus principios socialistas despide un aroma de retractación estalinista, que haría las delicias del Milan Kundera de La broma.

El PSOE necesitaba un fichaje de campanillas para neutralizar el ascenso irresistible de Yolanda Díaz, y Sánchez encontró a su nueva adjunta en la cantera. La ventaja del triunvirato en curso es que mantiene la supremacía socialista por dos a una, frente al cara a cara con el presidente que buscaba con astucia la nueva líder de la izquierda radical. El triángulo es una figura frecuente en La Moncloa, cuesta mencionar el actual sin evocar a Rajoy arbitrando a las irreconciliables Soraya y Cospedal.

Sánchez amarra el anhelado papel de árbitro, pero la apresurada conversión de Calviño acarrea contrapartidas. El viraje no persuadirá a la militancia de izquierdas, más correosa de lo que desearían sus líderes. Además, puede dañar el aprecio del establishment económico derechista hacia la vicepresidencia. Con el virtuosismo maniobrero que tiene acreditado, a Yolanda Díaz le conviene fundir a sus dos rivales del triángulo en una misma imagen, la estampa de la izquierda acomodaticia y con complejos conservadores.

Asombrada por un despegue similar al español en el polo opuesto, Francia se pregunta ahora mismo si en enero se hablará de Éric Zemmour. ¿Se seguirá hablando en 2022 de Yolanda Díaz? El triunvirato de La Moncloa lidera con puntuaciones modestas la valoración de los políticos españoles en los sondeos. Con una inclusión a reseñar y donde la veteranía es un grado, Margarita Robles.

La politización de Calviño, su peculiar transición, es otro ejemplo del solapamiento ideológico. Se ponen en juego las distintas estrategias de aproximación a la socialdemocracia, el Grial que ha sustituido al centro como ideal inalcanzable. Los socialdemócratas fueron reclamados en semanas sucesivas en Valencia por Pablo Casado y Sánchez. El presidente del PP les pedía el voto perdonándoles la vida, y el socialista pidiéndoles perdón por haberlos negado tres veces. O trescientas.

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