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Matías Vallés

Matas llega al Constitucional

Archivo - Jaume Matas, en las inmediaciones del TSJIB. EP

Antonio Basagoiti presidía el PP vasco cuando sentenció de su correligionario que «Matas es un chorizo, un jeta». Fue la primera condena contra el tres años ministro de Aznar y siete años presidente de Balears, formulada antes de que el Supremo empezara a refrendar hasta una decena de veredictos condenatorios en instancias inferiores, con una treintena de delitos, años de prisión y décadas de inhabilitación para ocupar cargo público. Todo ello logrado en un solo mandato.

Medio centenar de jueces y la cifra equivalente de fiscales se han mostrado unánimes en la atribución de delitos, sin votos disidentes en los fallos reprobatorios que son la inmensa mayoría. Es lógico, puesto que buena parte de las sentencias llevan adheridas la confesión del autor de las tropelías. Se puede hablar en propiedad de un plusmarquista mundial, en la concepción de un cargo público como catapulta hacia el variado Código Penal. Y por tanto, es el mejor padrino para el flamante magistrado del Tribunal Constitucional, un Enrique Arnaldo que en el Congreso afrontó una mayor curiosidad sobre su vinculación con el policorrupto que sobre las indudables virtudes jurídicas que le han ganado el aval indisoluble de PP y PSOE.

La fructífera asociación entre Matas y Arnaldo, sobre todo para el segundo vista su promoción, aporta una prueba adicional sobre el circuito de los personajes con escrúpulos cambiantes. Era inevitable que el ministro de Aznar sellara mediante un partido de pádel en Marivent una relación indestructible con Iñaki Urdangarin. O que ofreciera a José Luis Moreno un papel preponderante y suculento en su canal autonómico IB3. El mausoleo en el que acaban incurriendo todos los déspotas esclarecidos era un teatro de la ópera en el mar, que se encomendó al Santiago Calatrava de los papeles de Pandora. En fin, el gurú indiscutible del político mallorquín fue Eduardo Zaplana, a quien conoció por vía conyugal. Le copió hasta la imagen, compartieron de hecho el médico dietista. Tras la victoria de Zapatero, el último portavoz del Gobierno Aznar se convirtió en un refugiado político de lujo en Mallorca, acogido por su imitador.

Matas fue promocionado por Génova para acabar con la corrupción de la etapa de Gabriel Cañellas, por lo que nadie podrá acusar al PP de haber modificado los criterios en la selección de candidatos a los cargos de postín. Ni un programador hubiera acertado a simultanear, el mismo martes y Día de Difuntos, el dulce interrogatorio a Arnaldo en el Congreso y la última condena a Matas en el Supremo.

Mariano Rajoy juró con la vehemencia de Scarlett O’Hara que gobernaría España con los criterios que guiaban a Matas en Balears entre 2003 y 2007, y a fe que también aquí cumplió a rajatabla. Suele olvidarse que la corrupción es un trabajo duro. El currículum del político mallorquín sellado por el Supremo implica que en cada año de su segundo mandato estuvo enfrascado en cuatro escándalos de calado, sin olvidar otras tres tramas delictivas anuales en que se veían envueltos sus inmediatos subordinados, dentro del mismo ejecutivo autonómico.

Por fuerza debe asaltar la inquietud sobre quién gobernó Balears mientras el teórico presidente organizaba tanto tráfico penal. Sus fieles en el PP mallorquín juran que aprendió las malas artes en los cenáculos madrileños, a manteles con empresarios que coincidían con los donantes de Bárcenas, pero puede tratarse de ponzoña nacionalista.

Frente a la obstinación con la pureza peligrosa, la elevación de Arnaldo al Constitucional garantiza la continuidad del eje PP/PSOE. Matas recurrió su condena inaugural ante dicho tribunal, es presumible avanzar que el resultado estaría hoy más apretado. Dado el protagonismo que ha adquirido, se puede concluir que el exministro de Medio Ambiente llega ahora a la institución que vela por la pureza de la Carta Magna. Cabalga a lomos de un magistrado con el que compartió sustanciosos secretos en Panamá y Belice, geografías paradisiacas no solo en lo fiscal. Embarcado en un proceso interminable por sus propios méritos, se le puede adjudicar al hombre de Aznar la frase final del libro que Kafka dedicó a la peripecia judicial, «como si la vergüenza debiera sobrevivirle». El escritor pragués en alemán se refería a una persona inocente. Todas lo son, de algún modo.

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