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Matías Vallés

Desabastecimiento plus

Las facturas de la pandemia se precipitan mientras se buscan nombres atractivos para las nuevas variantes del virus

Los habitantes de La Palma han sido pioneros en la acumulación de un doble confinamiento, la irrupción pandémica y la erupción volcánica. La convivencia dilatada con la catástrofe no formaba parte de los programas educativos. En todo el planeta, se precipitan las facturas de la pandemia, que los Gobiernos intentan disimular. Mientras tanto, prosigue la búsqueda de denominaciones atractivas para las nuevas modalidades del coronavirus.

A falta de determinar su virulencia, la variante Delta Plus aporta un nombre eficaz, como si fuera un nuevo modelo de automóvil a comercializar. La incipiente sexta ola no enturbia de momento el rescate de conceptos clásicos como el crecimiento económico, sin averiguar con demasiado celo su vigencia. Por desgracia, el voluntarismo no cura ni crea riqueza. Con toda la precaución de un pronóstico, el planeta se halla seriamente dañado. El optimismo está injustificado, salvo que se utilice como fármaco mitigador.

Bautizar la época en curso es crucial para entenderla. La miniserie francesa Colapso se erigió en símbolo de la guerra del papel higiénico que caracterizó al primer confinamiento, aunque sería más apropiada hoy. Al margen de ideologías, el Lenin vaticinador de que «toda sociedad está a tres comidas del caos» rezuma actualidad. Por tanto, los síntomas apuntan a que ha comenzado el desabastecimiento plus.

Escasez o carestía son otras denominaciones posibles. Sin embargo, despiden un aroma de posguerra que contrasta con los estantes vacíos de los supermercados, en pleno alarde globalizador y sin que haya caído una sola bomba. Parece mentira que se recurra a una palabra tan larga como desabastecimiento para describir la ausencia de vituallas, y también cabe la posibilidad de que alcance el rango de profecía autocumplida.

Unos años atrás, el desabastecimiento plus se hubiera ridiculizado como el sabor terrorífico del mes, en la senda del efecto 2000 que debía paralizar las redes informáticas. Sin embargo, la pandemia concede crédito a pánicos antes inverosímiles. La llegada del coronavirus ha arruinado la soberbia de la plenitud, con Occidente mendigando mascarillas o test en Asia. Se acabó la autosuficiencia, en más de un sentido.

La inflación ya personada es el heraldo del desabastecimiento plus. El problema consistirá en distinguir si el alza de precios se debe a los miles de millones de billetes arrojados a la pandemia, que han devaluado el dinero hasta extremos inéditos. Las facturas hay que pagarlas, y han vuelto a recaer sobre las vapuleadas clases medias. La espiral inflacionaria reacciona al aumento del ahorro, el capitalismo siempre encuentra la manera de cargar con los gastos a las mismas víctimas.

La primera tentación nociva en la gestión política del desabastecimiento plus consiste en negarlo, con la misma determinación utilizada para reírse de la pandemia en enero y febrero de 2020. Este resabio de superioridad ya se advirtió en los gobiernos europeos que se mofaban de las peleas a golpes en las gasolineras británicas para acceder a un surtidor, como si la escasez de gasolina fuera exclusivamente la penitencia por el brexit. Donde esté una buena moraleja, que se aparte la virtuosa extracción de enseñanzas de las desgracias ajenas.

La electricidad a precio de caviar iluminó en España la gravedad de la nueva situación, el desabastecimiento plus de gas. Aunque la simultaneidad no significa causalidad, se puede evaluar si la factura de la luz ha encendido la catarata de encuestas en que el PSOE se sitúa a remolque del PP, lejano ya el efecto Ayuso. Con la particularidad de que el Gobierno no pagará tanto los precios en sí mismos como la incapacidad de controlarlos, en cuanto contribución a la sensación de desorden y ausencia de timón. Argumentalmente, a Sánchez le hubiera convenido más responsabilizase de una subida deliberada, patrocinarla para demostrar su dominio de la situación.

Todas las crisis desembocan en España en la vivienda, y el desabastecimiento plus no será una excepción. En el último capítulo de los seísmos inmobiliarios, que propició un descalabro financiero, el hundimiento se debió a la venta indiscriminada de chalés piramidales a personas que no podían pagarlos. Ahora mismo se les veta el acceso a una casa por los precios prohibitivos, los productos se colocan en estantes inalcanzables del supermercado.

Los ciudadanos previsores se sitúan al margen del desabastecimiento plus con las mismas técnicas de acumulación que estrenaron en la pandemia. El adelanto de las compras de Reyes transparenta aquí la voluntad de felicidad a toda bomba, sin reparar en que la materialización de la amenaza a los regalos navideños conllevaría desastres en paralelo de mayor envergadura.

La pandemia condenó a la ufana Europa a sobrevivir en vez de vivir. El desabastecimiento plus está lastrado sin duda por los sentimientos negativos que ha propiciado el contagio planetario del coronavirus. Sobre todo, la hipótesis de los cortes de suministros materiales y energéticos demuestra que la mano ciega que rige el mercado se ha extendido al resto de la actividades planetarias. El azar impone su ley.

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