Diario de Mallorca

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Se ha puesto de actualidad entre los adolescentes una serie de televisión, de origen surcoreano, que se estrenó en Netflix el 17 de septiembre. La serie consiste en un juego con consecuencias fatales para los que pierden. En ella se narra que 456 personas deciden convertirse en jugadores en un difuso grupo de misteriosos y enfermizos juegos de supervivencia, para los vencedores y mortal para los que pierden. Por cada persona que muere se da un premio, incitando al conflicto entre los distintos jugadores. La exitosa serie se llama Squid Game, y en los países de habla castellana se ha traducido como el El juego del calamar. Esta serie se ha convertido en el espacio más visitado en la plataforma Netflix en Estados Unidos. El problema surge cuando en tiempos de ocio se replica este juego macabro que puede tener graves consecuencias entre los jóvenes que no están todavía formados y puede acarrearles fatales consecuencias.

Este juego en el que no se da valor alguno a la vida se ha puesto de moda en las escuelas y se pone en evidencia el descontrol en el que se educa a los jóvenes, el fácil acceso a un mundo digital, muchas veces con contenidos inadecuados para los niños y la dificultad del control de todo esto. El éxito del «juego del calamar» está siendo una demostración de la permisividad de padres con sus hijos, utilización durante muchas horas al día sus tabletas y móviles, en detrimento de juegos propios de su edad, creando una dependencia de esos dispositivos que sin duda perjudican la iniciativa, la espontaneidad, la salud e incluso la relación social entre ellos y entre ellos sus familiares. No se puede negar la enorme dificultad que tiene establecer límites a este universo digital, pero, bien o regular, hay que hacerlo. Seguro que es más fácil dejar a los hijos con el dispositivo que llevarlos a la montaña o al mar, también es más cómodo dejarlos con el teléfono que llevarlos a pasear por la ciudad y por supuesto es más fácil que vean cualquier producto audiovisual que mantener civilizadas conversaciones.

Con independencia del peligroso «juego del calamar», el uso excesivo y compulsivo del móvil no solo dificulta las relaciones sociales, sino que supone riesgos para la salud mental. Una conducta obsesiva y compulsiva de estos dispositivos produce irritabilidad, sedentarismo y angustia cuando no se tiene al alcance. Se han hecho estadísticas y al parecer los jóvenes de 16 años dedican a diario de seis horas y veinte minutos al teléfono y, eso que se permite, o fomenta tiene consecuencias en la salud. Algunas universidades americanas han concluido un estudio en el que se pone de manifiesto que el uso desmesurado del móvil puede producir, entre otras, las siguientes patologías: «Fear of missin out» (Fomo), miedo a perderse algo; «No mobile phone phobia», (Nomofobia), o miedo a la posible desconexión, horror a no tener cobertura; «Phubbing», ignorar a los demás, aislamiento social. En el Proyecto Hombre se están atendiendo ya casos de adicciones al móvil por haber producido graves trastornos en los jóvenes y en no tan jóvenes.

Educar los hijos es difícil, nadie enseña a los padres como ejercer de tales y hacerlo bien supone un esfuerzo considerable, con un resultado incierto, pero no hacerlo es asegurar problemas tanto para padres como para hijos en el futuro. La Administración responsable de la educación debería regular junto con los padres, una protección ante el uso indebido de estos utensilios, tarea difícil ante el actual universo digital.

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