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Carles Francino

¿‘Magalona’ o ‘Barceluf’?

Siempre resulta arriesgado -y un poco pobre, lo admito- apelar al juego de palabras; solo le quedan bien a Matías Prats. Pero creo que los dos topónimos inventados que encabezan este artículo pueden servir para la reflexión. Y también para provocar, ya lo sé; pero pisar callos de vez en cuando tampoco me parece que esté tan mal. Vayan de entrada mi respeto y mi cariño por los vecinos de Magaluf, que cargan con el estigma de ser una especie de meca del turismo de borrachera. Estos días han organizado un festival literario de tres pares de narices, pero ya se sabe: cría fama y échate a dormir. Debe ser por eso que las imágenes de turistas haciendo el tolai en Punta Ballena este mismo verano, cargados de alcohol y de lo que se pusiera a tiro, son las que me han venido a la memoria con los macrobotellones, masivos y violentos, de las últimas semanas en Barcelona.

Es posible que viviendo en directo los frecuentes saraos callejeros de los últimos años, alguien se haya podido inmunizar. O anestesiar. Pero para uno que nació en el barrio de Gràcia, calle de la Riera de Sant Miquel, resulta traumático desde la distancia ver una capital con aspiraciones de jugar la liga mundial de las ciudades, sacudida por la peor publicidad: el desmadre colectivo. Se han formulado estos días frecuentes y sesudos análisis sobre un fenómeno complejo en el que intervienen factores sociales, psicológicos, políticos, económicos y de orden público. No propongo buscar culpables ni criminalizar a la gente joven que lleva demasiado tiempo sin alternativas para un ocio y una socialización indispensables a su edad. Por no hablar de la frustración que muchos deben sentir ante la estafa vital que les estamos clavando. Aunque tampoco me parece bien la búsqueda desesperada de coartadas que lo justifiquen todo. Se gana tiempo llamando a las cosas por su nombre. Lo que me limito a constatar es cómo se ve desde fuera. Y la imagen que proyecta Barcelona -insisto, no es de ahora- resulta a veces lamentable, decadente y triste. Para pena de algunos y regocijo de otros. ¿Cuánto costará revertirlo?

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