Cada año llegan a perderse en las redes de abastecimiento de Mallorca un total de 28 millones de toneladas de agua. Es un dato que habla por sí solo y deja al descubierto el escándalo de un despilfarro inasumible desde todos los aspectos en una isla que ve incrementar sin tregua la presión demográfica al tiempo que menguan sus reservas hidrológicas.

El Plan Hidrológico de Balears, aprobado en 2015, contempla que antes de 2022 todos los municipios deben contar con sus propios planes de sostenibles de gestión de aguas y sequías. En estos momentos solo 7 ayuntamientos de Mallorca han cumplido con este requisito, lo cual ha obligado a la conselleria de Medio Ambiente a remitir una carta, en forma de ultimátum, a los 46 restantes para que cumplan con este precepto legal.

Si a lo dicho añadimos que a día de hoy 33 municipios mallorquines incumplen otra previsión del Plan Hidrológico para el año en curso, la de no soportar pérdidas de agua superiores al 25% y que poblaciones tan importantes como Llucmajor, Calvià, Manacor, Marratxí o la misma Palma pierden en conjunto la mitad del agua que se malgasta en Mallorca, queda claro que la gestión de un servicio tan esencial deja mucho que desear. No solo eso, el modo de obrar, o más bien la inercia y la apatía de ayuntamientos y de empresas públicas y privadas hace que la calidad del agua de abastecimiento público siga a la baja y que el suministro dependa cada vez más de perforaciones más profundas y de unas desaladoras que dejan rastro en sus desechos y comportan un consumo energético muy alto. Cabe recordar que los cálculos técnicos en vigor fijan en 250 litros diarios por habitante el consumo de agua en Mallorca.

Por la vía del comportamiento actual que siguen las administraciones no se logrará el objetivo del propio Plan Hidrológico de rebajar las pérdidas hasta el 17% en 2027. Las redes de abastecimiento municipal necesitan una contante labor de mantenimiento y actualización. Queda claro que esta labor no se cumple en una isla más amiga de las obras públicas vistosas y no siempre necesarias. Las infraestructuras relacionadas con el agua son invisibles y silenciosas. El político de turno, más propenso a lo fácil y rápido, acostumbra a pensar, aunque no a reconocer, que no le comportarán rédito electoral. Por eso las deja siempre para un último momento que no llega y también por eso mismo se sigue perdiendo uno de cada cuatro litros del agua que transcurre por las cañerías públicas.

Es evidente que se debe cambiar esta tendencia sin más demoras injustificadas. Por varios motivos, primero por necesidad de un abastecimiento de demanda creciente contrapuesto a unos recursos decrecientes, pero también por sentido de la responsabilidad en el servicio público y la sostenibilidad ecológica frente a un clima cambiante.

No puede ser que la Administración, en sus distintos niveles, haga constantes llamadas a la ciudadanía abogando por un consumo ordenado y responsable del agua y ella misma no cumpla cuanto pregona y demanda. En este aspecto, el testimonio del ejemplo es también la mejor herramienta de convicción. Mallorca necesita de una vez por todas encaminar sus recursos hidrológicos de forma útil y proporcionada a la demanda real.