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Sílvia Cóppulo

Todo ‘online’, empresa perdida

La reunión ha sido un éxito. Aparentemente. El staff directivo ha compartido online el Plan de Empresa con la plantilla a través de un Power Point. Uno a uno, los directivos han mostrado organigramas, gráficos, flechas y cifras con movimientos deslizantes. Este año remontaremos.

Los trabajadores ven su propia cara en un recuadrito del ordenador. Es obligatorio conectar la cámara y les cierran el micrófono; están acostumbrados. Los jefes se han dado la palabra unos a otros, eficientes. Dos horas de reunión unidireccional. La transmisión de la información ha sido un éxito. Pero la comunicación interpersonal vía digital es fría, lejana. Cuando McLuhan anunció que «el medio es el mensaje» no imaginaba que una pandemia nos obligaría a teletrabajar, y a sentirnos afortunados con esa solución de urgencia para mantener empresas, centros de formación y lugares de trabajo. Pero que todo aquello que necesitamos para avanzar y desplegar nuestro sentido de creatividad y de pertenencia a las compañías se vería afectado. El online es el mensaje.

¡Que vuelvan a la oficina! Esa es la máxima de grandes corporaciones como Google o Facebook. La actual situación epidemiológica les ha obligado a retrasar la obligatoriedad de volver a los centros de trabajo hasta enero de 2022. Mientras tanto, en Nueva York y Londres amplían oficinas.

¿Por qué las empresas tecnológicas, que gozan de una conexión digital técnica total con sus empleados, priorizan la presencialidad?

Los estudios que hemos realizado en el Observatorio de la Empresa de la UPF-BSM concluyen que la mayoría de los trabajadores sienten fatiga digital y estrés. No desconectan de los dispositivos electrónicos en sus horas de descanso, sabiendo que están en su derecho laboral y es perjudicial para la salud. Y, económicamente, teletrabajar todos los días no comporta una mayor productividad.

La conectividad online complementa pero no sustituye la calidad y la visión colectiva que la relación humana genera. La sobreconexión digital conduce a la desconexión emocional y, si los trabajadores dejan de implicarse, la empresa está perdida.

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