Recuerdo a la perfección cuando oí por primera vez las siglas IPCC –Panel Intergubernamental del Cambio Climático; fue en una clase de uno de mis profesores de la carrera de Ciencias Ambientales. Era mi profesor de ‘física de las radiaciones’. Nos dio una clase magistral en la que nos expuso los resultados del informe de ese año del IPCC. Él cuestionó algunos conceptos, lo cual está muy bien porque empuja a la reflexión, pero había algo incuestionable en mi cabeza: «¿Cómo puede ser que, con esta información, no haya una crisis de modelo, se paralice todo, se sienten en una misma mesa diversos dirigentes y representantes de la sociedad y se trace una hoja de ruta que nos encamine hacia otro futuro?». Hace 15 años de esa clase y todavía no existe esa hoja de ruta.

Son miles y miles las organizaciones y personas que, en todo el mundo, llevamos alertando del cambio climático durante años. Por desgracia, no se ha generalizado la aceptación del cambio climático hasta que sus consecuencias físicas han sido evidentes: aumento de las olas de calor, lluvias torrenciales extremas, sequías, deshielo Ártico, etc.

Sin embargo, aparte de las evidencias físicas, hay otras más intangibles y complejas, pero de grandioso calado: las evidencias científicas –que no son pocas– de los informes del IPCC. El último informe de evaluación salió a la luz este agosto, y le seguirán otros complementarios los próximos meses. En él se estima la subida de la temperatura de 1,5 ºC y hasta 2 ºC a nivel planetario, a menos que se tomen medidas fuertes, rápidas y globales en la reducción de Dióxido de Carbono (CO2). No parece que estemos por la labor. Uno de los detalles que me parece más interesante del informe es que muestra los posibles efectos en regiones concretas mediante un atlas interactivo. Es una buena manera de tomarnos el tema en serio, de conocer lo que nos puede suceder en nuestra propia casa, ya que parece que ver osos polares esqueléticos y sufriendo el deshielo no acaba de funcionar.

Me interesé por la información específica del mar Balear. Atención spoiler: las previsiones son malas. Por un lado, la estimación de subida de temperatura es de 1,7 ºC (que traducido en lenguaje común es: mucho); por el otro, al tratarse de una zona costera va a sufrir la subida del nivel del mar y la erosión litoral.

Si bien este informe me hizo recordar mis clases en la universidad, también me hizo pensar en experiencias propias alertando del cambio climático. Recuerdo una de mis primeras campañas de sensibilización a pie de calle; fue con Ecologistas en Acción y recorrimos diversas playas del litoral peninsular. Una de las actividades que hacíamos era un juego gigante– simulando el juego de la oca– en el que las personas eran las piezas y las casillas estaban adaptadas al tema que estábamos tratando: el cambio climático en el litoral y sus consecuencias. El juego tenía un termómetro enorme y cada vez que un equipo fallaba, subía una décima la temperatura –simulando la temperatura global del planeta. Había 4 equipos y representaban 4 sectores: industria, transporte, agrícola y doméstico. Aquí un dato interesante: si fallaba una, el termómetro subía para todos. ¿Por qué? Porque así funciona en la vida real. De nada sirve que unos sectores o países controlen sus emisiones si después otros no paran de generarlas. Así que no se podía ganar a costa del otro, sino que, o se trabajaba en conjunto, como ecosistema, o perdían todos.

Esa campaña tiene más de 10 años y es más actual que nunca. La temperatura global sube y como consecuencia también hay una subida del nivel del mar, lenta pero evidente, y en las islas debemos tenerla muy presente. Actuales estudios del SOCIB —Sistema de Observación y Predicción costero de las Islas Baleares— muestran escenarios de subida del nivel del mar desde 18 centímetros para 2050 hasta 103 centímetros para 2100. Lo que significa, por ejemplo, una superficie inundada en 2050 de entre 327 y 697 hectáreas en Mallorca.

En la campaña de sensibilización del cambio climático en el litoral teníamos una broma interna en el equipo —porque las reivindicaciones también hay que vivirlas con humor— que era: «Teruel existe. Y tiene playa». Esperemos que esa broma nunca sea haga realidad.