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Juan Soto

Es una pringada

Cuando era más joven me fui a probar una droga a Chaouen con unos amigos. Era majoun, un turrón marroquí de hachís y quién sabe qué otras sustancias. Mis amigos estaban miedosos, pero les convencí porque había leído en un libro de Paul Bowles que era una experiencia gratificante. Los pobres eran más culturetas que yonquis, y resultó que el majoun era más duro de lo que yo había entendido en el libro de Bowles. Taquicardias, alucinaciones y un amigo, Lucas, que se tiró por la escalera.

El dueño de la pensión, vasco enjuto, curtido y carrasposo, al oír el cataplóm de Lucas tras su viaje sobre los peldaños, lo subió de vuelta, nos interrogó y descubrió que nuestras pupilas eran tapas de alcantarillado. Cuando alguien finalmente reunió consciencia suficiente para entender sus preguntas y le enseñamos el material, el dueño se metió un cacho en la boca, paladeó, nos miró decepcionado y pronunció una de esas frases destinadas a la eternidad: «joooder, qué juventud más poco psicodélica».

Esta es la frase que me sirve para expresar el desconcierto cuando veo a gente hiperventilar por las palabras de Esty Quesada en una entrevista que le hacía Gabriel Rufián. Dice que hay que matar a los de Vox. ¡Por favor! En la misma entrevista, de la que vuela ese chusco fuera de contexto, la chica obesa y tenebrosa, ocurrente y triste, un poco demasiado lista para el estrecho corsé que le impone su personaje, Soy Una Pringada, habla de matarse a sí misma, de matar a instagramers que no conozco, de poner bombas lapa en una boda con la misma seriedad (y el mismo circo) con que habla de matar a los de Vox. Habla, en fin, de muerte y destrucción, como una punki de los ochenta, y dice también que le encanta Otegi, que le contaba chistes de ETA a Esperanza Aguirre y se reía, y que al suicida no le quiere nadie porque ya no gasta. Dice lo que le sale del papo. Y esa es la gracia.

Quesada empezó a grabar vídeos en Youtube porque tenía ganas de matarse, y tenía ganas de matarse porque en el colegio no suelen ser buenos con las niñas obesas, porque su barrio era un sitio desapacible y duro, y porque su familia era todavía peor. Tan normal parece que hable de matar y muerte como que la gente sea aficionada a quedarse en la superficie. La superficie de Esty Quesada es grasa y odio, pero cuando la oyes hablar cinco minutos te preguntas qué hay detrás, y aparece una delicadeza secreta, acorazada. Es una pringada y habla por no llorar.

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