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Cristina Manzano

Declive americano: ¿profecía autocumplida?

Hay un buen número de comentaristas y analistas en Estados Unidos empeñados en convencer al personal de que la debacle de la salida de Afganistán no significa el fin de su poderío hegemónico. Tiran para ello, sobre todo, de historia: lo mismo ocurrió en Vietnam, y, aun así, la potencia americana ganó la guerra fría. Fue una humillación, sí; hubo retrocesos en el avance de la democracia en el mundo, también. Pero el supuesto desplome de la reputación americana no ocurrió.

Sorprende ese afán que suena a ingenuo de amarrarse al pasado para explicar el futuro, sobre todo cuando las circunstancias son tan diferentes. No cabe duda de que el desastre afgano es un duro golpe a la imagen del todavía país más poderoso del mundo, tras 20 años de guerra, cientos de miles de muertos y más de dos billones de dólares gastados, y que ha servido para reactivar el discurso sobre el declive americano, pero es todavía pronto para calibrar el daño y las consecuencias reales sobre su credibilidad, tanto hacia fuera como hacia dentro.

De momento, los aliados occidentales no han entrado a fondo en ese debate. La prioridad ha sido contribuir a organizar la evacuación de la manera más rápida y eficiente posible, sabiendo que inevitablemente dejan atrás a miles de personas sujetas a las previsibles represalias del régimen talibán. Las impresiones sobre los tremendos fallos de la inteligencia americana, sobre la inoportunidad de anunciar la fecha de salida, o sobre el propio seguidismo de los socios de la OTAN de las políticas marcadas por Washington se discutirán más adelante. Sin embargo, la credibilidad americana ya venía seriamente tocada desde la presidencia Trump y será muy difícil recuperar el grado de confianza de hace tan solo una década.

En el resto de Asia, no parece, sin embargo, que los recientes sucesos vayan a erosionar la relación de Estados Unidos con aliados como Japón, Australia, Corea del Sur o Taiwán.

En el interior, un primer dato muestra una importante caída de la popularidad del presidente Biden en las últimas semanas: al principio de mayo estaba en un 54% de aprobación; la semana pasada apenas pasaba del 47%, el punto más bajo desde que llegó a la Casa Blanca. Las encuestas coinciden: la mayoría de los estadounidenses respalda la decisión de salir de Afganistán, pero no está para nada de acuerdo con el modo en que se ha llevado a cabo.

Sin embargo, ahí también hay una explicación complementaria: en estas cifras influye tanto o más la situación de la pandemia -estancada, cuando no empeorada por la variante delta- como la avalancha informativa sobre Afganistán.

Una vez que se difuminen las caóticas imágenes de los días pasados y cambie el ciclo informativo, el futuro cercano de los demócratas y del propio presidente Biden seguirá dependiendo de la gestión de la economía y de la pandemia

Con importantes votaciones pendientes en el Congreso y, muy especialmente, con el horizonte de las elecciones de medio mandato de 2022, será interesante ver cómo utilizan la baza afgana los republicanos, aunque para ellos también es un arma de doble filo. Por una parte, porque fue su jefe el que firmó el acuerdo de retirada con los talibanes -¡y hasta los quería invitar a Camp David!-; por otro, porque no hay fisura entre los votantes demócratas y republicanos en cuanto a patriotismo y al consenso sobre la necesidad de terminar con guerras costosas e inútiles.

Además, ya se sabe que la política exterior no gana elecciones. Una vez que se difuminen las caóticas imágenes de los días pasados y cambie el ciclo informativo, el futuro cercano de los demócratas y del propio presidente Biden seguirá dependiendo de la gestión de la economía y de la pandemia. Y ahí, después de un arranque brillante, los resultados se han ralentizado, a la espera, entre otras cosas, de la aprobación del gran plan de infraestructuras.

Queda también por saber si Afganistán acabará teniendo impacto o no en la propia fe del pueblo estadounidense en sí mismo. Esa convicción de ser los más grandes, los más fuertes; ese intangible que, sin embargo, acaba moviendo la historia. Así ocurrió en la Unión Soviética -volviendo a las comparaciones históricas-, que tuvo en la salida de su guerra afgana uno de los detonantes para su descomposición. ¿Será la historia del declive americano una profecía autocumplida? Probablemente no. La sociedad americana ha mostrado siempre una gran capacidad de reinventarse; pero ya no son los únicos. Es un estado de ánimo que ahora se aprecia con fuerza también en la sociedad china.

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