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Juan José Company Orell

Banalmente provocados

Estoy estos días que no me hallo, he pasado noches sin pegar ojo y es que me he dado cuenta de que, por lo que se ve, soy políticamente incorrecto y eso por causa de mi pasión por los perros. Tengo tres de distintas «marcas» y puedo asegurarles que no carecen de buen trato, magnifico diría yo, que viene siendo acreditado tanto por las cuentas del supermercado como por las facturas de mi «vete» de más de treinta años, al que con algo de buen humor pero sin apartarme de la verdad le recuerdo de tarde en tarde que por lo menos una pared de su clínica me pertenece por inversión dineraria.

Y es que me he dado cuenta que los nombres que se me ocurrieron para ellos, cuando eran apenas unas bolas de pelo que hacían pipis y popos sin contemplación, parecerían para «álguienes» inadecuados en los tiempos que corren. Al grande le bautice con el nombre de mi siempre admirado Groucho Marx (siempre me he autoproclamado marxista grouchista) porque considero que debería ser honroso para cualquier ser humano prestarle su nombre a tan fieles compañeros, al tiempo que deshonroso el que le dedica a un humano el epíteto «animal» con ánimo vejatorio pues el insultado con la comparación es casi siempre el animal. Pero me causa cierto temor el que en éste nuestro país, poblado de agarradores de pilila con papel de «fumeque», alguien considere que tengo algo contra los judíos o contra los emigrantes por ponerle a un perro el nombre de un judío migrado desde su Alsacia natal, porque claro las cosas ocurren. Al mediano, de pedigrí indefinido e indefinible, le asigne el nombre de Yago, por aquello de mi amor por la ópera, pero claro el Yago, primero de Shakespeare y luego musicalizado por Verdi, es el instigador del asesinato machista de Desdémona (todavía no han prohibido las funciones de Otelo) por parte del celoso Moro de Venecia, por ello temo también que se me pueda considerar por esa elección como justificador de aquel tipo de conductas. Me salva el pequeño, que es el mandamás de la manada, el gran tirano, el que aumenta su tamaño con la suma de los cuerpos de sus dos compañeros de pienso, le pusimos Sasha, porque sí, sin pensar en personalidad alguna, viva o muerta, así que por esa parte podemos estar tranquilos.

Temor, con todo, nada injustificado

dado que anda por ahí un virus, otro, que contagia de esa especial patología llamada «fácil provocación», padecida por gentes a las que cualquier asignación nominal o actitud les es motivo de gran zozobra y tribulación, causando una inmediata reacción rabiosa en alguna dirección o contra algunas otras gentes; y aquí en nuestro terruño tenemos no pocos ejemplos de ello. Y es que claro, eso de buscar en cualquier nombre, en cualquier palabra, en cualquier actitud una veta de maldad, maledicencia, odio, injuria o discriminación es compartir la misma tesis de los que sermonean que el que la mujer deba ir tapada al completo y sin piedad es para evitar la tentación que su visión provoca al varón, ¿a que les suena? La cuestión es que el organizador de esa provocada filosofía es el cerebro humano, del que Alan Turing decía que era como una libreta nueva, muy poco mecanismo y muchas hojas en blanco, y depende de con qué tipo de información rellenemos esas hojas así nos comportaremos en la vida y algunos se dedican a rellenar hojas cerebrales con demasiadas idioteces y simplezas. Lo malo es que quien utiliza esa libreta de páginas en blanco es el ser humano y al humano le provocan, tanto en la acepción castellana de causar como la más deliciosa venezolana de desear o dar ganas de algo, asuntos muy diversos, con reacciones muy variadas, y se me antoja que en nuestros tiempos a la gente le provoca, y de distintas formas, desde que le graben con un móvil a que se le ponga algún que otro inconveniente nombre a algún cuadrúpedo, con reacciones que van desde la agresividad criminal a la tontería institucional.

Es observable que nos circunda

un craso nivel de trivialidad, diría que de tontería galopante, pues tenemos a diario cientos de frases, opiniones, reacciones y actuaciones que surgen de esa ordinariez de baja estofa y que se ocupan y preocupan de iguales banalidades. Pero seamos positivos, seamos optimistas, el que algunas personas utilicen su tiempo vital, sus esfuerzos y sus resoluciones en conjugar y proclamar chorradas y adjudicarles condición de principales nos conduce a considerar que debemos habitar en una Arcadia feliz y sin problemas, solo así se entenderían esas reacciones de los sumamente ofendidos y provocados.

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