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Bernat Jofre

La OMT y el nuevo ecosistema mundial: el porqué de una mudanza

Cuando en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial los entonces Aliados se reunieron en Yalta (4-11/II/1945), muy probablemente estaban más pendientes de su herencia política que del final de la conflagración en sí mismo, en esos momentos ya muy obvio. Por ello Winston Churchill, Franklin Delano Roosvelt y Iòsif Stalin encargaron la preparación de una Conferencia de las Naciones Unidas, a celebrar meses después (25/IV/1945) en San Francisco. Será durante esos días de mayo y en la ciudad californiana donde nacerá la Organización de las Naciones Unidas , con la redacción y aprobación preliminar de su famosa Carta. Documento que será sancionado por los cinco miembros del Consejo Permanente el día 24/X/1945 en Londres, sede de la primera Asamblea General de la ONU, (10/I/1946).

No obstante, no será hasta el 9/IX/1952 que la actual sede permanente de Turtle Bay (Nueva York) no se inaugure, previo donativo - 8.5 millones de dólares de la época, 76 millones al cambio actual - de la familia Rockefeller. Objetivo de la dádiva: comprar los terrenos donde se levanta el complejo diplomático y afianzar su promoción inmobiliaria adyacente.

Desde entonces, la ONU ha ido desplazando complejos regionales adicionales: Ginebra (1946), Viena (1980) y Nairobi (2011). Además, cuenta con una serie de organizaciones autónomas, muchas de ellas encuadradas en el Consejo Económico y Social (ECOSOC). Países como Suiza, Austria, Italia, Francia, Reino Unido, Países Bajos y por supuesto los Estados Unidos se reparten sus cuarteles generales. Ni rastro de China o la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Que España ostente la sede de la Organización Mundial de Turismo - OMT - obedeció a dos motivos. El primero, la apuesta que la comunidad internacional hizo en su momento por la transición española. El segundo, el innegable atractivo que el país ofrecía para el inversor. En lo que respecta al primer punto, comentar que a pesar de que las gestiones diplomáticas previas a la primera Asamblea de la recién creada Organización Mundial de Turismo ( V/1975 ) se iniciaron en vida de Francisco Franco Bahamonde, no será hasta haber fenecido el dictador que la Secretaría General de la OMT se instale definitivamente en Madrid.

En lo que respecta a las razones puramente financieras, resaltar que, durante la década de los setenta y ochenta del pasado siglo, España fue una de las principales animadoras de la turoperación. Los empresarios vacacionales internacionales no tuvieron ningún problema en adelantar suculentas cantidades de dinero a los hoteleros locales en concepto de garantías de ocupación. A la par que llegaron a financiar la construcción de hoteles enteros. El negocio estaba asegurado. Canarias, Balears, Cataluña, Levante y Andalucía eran destinos muy baratos - el cambio a la peseta era común motivo de chanza entre visitantes - y a dos horas en aeroplano de las principales metrópolis europeas.

Todo este entramado - moneda asequible, playas paradisíacas, gente amable - se empezó a quebrar con tres hechos clave. Los dos primeros, entrelazados y con un origen político: la entrada de España en la entonces Comunidad Económica Europea (1986), que conllevó la adopción del euro (1998). El tercero, meramente tecnológico: la adopción de Internet como principal canal de operación turística. Si bien con los dos primeros se acaba el mito del destino barato, no es menos cierto que el tercero significa la tumba de muchas empresas turísticas de la época. También el surgimiento de otras.

A la par que se estaban viviendo estos momentos clave para el país entero, se empezaron a dar a fin de siglo pasado los primeros síntomas de agotamiento del modelo turístico: las imágenes de balconing suicidas en Sitges, Calvià o Playa de los Cristianos no ayudaban a promocionar calidad, sino todo lo contrario. En cambio, las idílicas imágenes de destinos como Turquía, Croacia, Cícladas, Túnez, Mar Muerto, Cuba, República Dominicana, Cancún, Madeira, incluso las lejanas microislas pacíficas empezaron a ser seductoras al turismo familiar europeo. También relativamente asequibles: la caída del precio del petróleo y el cambio del dólar ayudaron a ello, ciertamente.

No obstante, la reacción aún ha tardado en llegar, pues durante mucho tiempo la clase política nacional ha parecido fijarse más en las cifras macroeconómicas - España sigue afianzando ese tercer puesto a nivel mundial como potencia turística, para orgullo de los responsables ejecutivos de turno - que en las rentabilidades del sector, cada vez más bajas. Lo que lleva desde hace más de una década a una conclusión entre los principales lobbies corporativos: España puede haber dejado de ser interesante con un turismo basado estrictamente en la cantidad. Y es que el empresariado lee las cifras de otra manera: siendo un veinte por ciento más de población mundial que hace veinte años, se siguen atrayendo casi los mismos visitantes y los GOP son menores. Algo falla.

Con este panorama, no deberían sorprendernos los presuntos esfuerzos que el Reino de la Arabia Saudita estaría haciendo para llevar a su territorio la sede de la OMT. Ciertamente, no es nada nuevo que un país reclame una sede de agencia de la Organización de las Naciones Unidas. De hecho, se ha intentado diversas veces con la sede permanente de Nueva York, al considerar diversos países árabes su enclave en EE.UU como «problemático»: no han sido pocos los diplomáticos rechazados por las autoridades norteamericanas. El enésimo ejemplo de ello lo podemos ver en breve, cuando el Gobierno talibán nombre a su cuerpo diplomático en la institución. Otrosí muy diferente es que lo intente sin un consenso previo pero con una previa negociación entre bambalinas. En descargo de los wahabitas, comentar que tal manera de actuar es implícita en su cultura. Sutil en los «tempos», muy alejado de los parámetros occidentales (el concepto de «rapidez» o «lentitud» se difuminan con el de «efectividad») y resultadista: el árabe es, ante todo, pragmático.

Es muy posible - veremos, el intento saudita es muy serio - que por ahora España siga manteniendo la capitalidad de la OMT: a la ONU no le gustan determinados movimientos. Sobre todo si se trata de forzar una votación al respecto en la próxima Asamblea General de la primera, a celebrar en Marruecos en diciembre. Ahora bien: que el intento saudí pueda acabar en agua de borrajas no debería ser óbice para que La Moncloa no inicie una profunda reflexión sobre todo lo que implica el tener un órgano de las Naciones Unidas en territorio nacional. Las eternas trabas burocráticas entre ministerios a la mudanza a un edificio más acorde con la dignidad de la institución - una de las armas árabes: la presunta inopia española a la hora de cumplir sus promesas - es uno de los ejemplos más hirientes en cuanto al posible desinterés del Gobierno para con la institución internacional. Lamentablemente la inacción respecto al Palacio de Congresos de la Castellana - en teoría, la futura sede de la institución - sigue, para bochorno de quien lo vea desde fuera. Y es que es difícilmente asumible ni justificable para cualquier Administración responsable el tener cerrado un activo desde el año 2012. Pero en cambio, se asegura no disponer de un espacio en condiciones para vacunar en masa a los madrileños. Por ejemplo.

Sin ningún ánimo de polémica, también ayudaría sobremanera que contrastados profesionales del Turismo estuvieran representando a España ante la OMT. Pero no lo que lo que los anglosajones llaman un has been. Aquel político o política que lo ha sido todo y mientras no se sabe cómo decirle que su tiempo ha finalizado, se le va cambiando de rol de manera compulsiva.

Acabe como acabe la aspiración del Reino de Saud - muy legítima, por otro lado - es muy probable que abra un melón bastantes veces aplazado. Que no es otro que una corrección en cuanto a sedes de organismos internacionales: ni la geopolítica del s. XXI es la misma que la de mitad del s.XX, ni el apetito inversor turístico está focalizado ahora en España, sino justamente en - atención - lugares como el Golfo o China. Países hasta hace muy poco considerados «neocoloniales», hoy convertidos por derecho propio en locomotoras mundiales. Y entonces sí, quizás se decidan cambios de ubicaciones que sí afecten a la preponderancia española en la Organización Mundial de Turismo. Si es que alguna vez la ha tenido, dicho sea de paso.

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