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Hoja de calendario | La trampa

Quizá por la experiencia cinematográfica de Hollywood, muchos hemos pensado que los Estados Unidos mantiene un sofisticado aparato militar, con la más alta tecnología imaginable, con unos servicios secretos de gran eficacia y con abundancia de medios. Unos ejércitos perfectamente sincronizados con el poder civil, capaces de sostener la hegemonía global de que alardea Washington.

Pues bien: lo de Afganistán es la mayor chapuza militar que imaginarse pueda. Después de veinte años de extender el control por casi todo el país —ciertas zonas siempre han estado a su aire, en manos de los talibanes o de otros ‘señores de la guerra’—, los visionarios comandantes de la gran tropa desplegada han organizado su propia derrota de la peor manera posible. Tras interminables negociaciones con los talibanes en Qatar que empezaron en la época de Trump, el grueso de los efectivos se ha marchado sin poner primero a salvo a los cooperadores con el ejército invasor, que serán las primeras víctimas de los talibanes en cuanto estos puedan campar por sus respetos sin testigos de vista.

Como era previsible, el nuevo régimen ha puesto controles en el único tramo de carretera que conduce desde la antigua zona verde de Kabul al aeropuerto, y en el colosal atasco que se ha formado ha empezado a detener a los ‘traidores’. USA ha tenido que reintegrar a varios miles de soldados para que el drama no fuera a mayores, pero a todas luces esta salida apresurada y ridícula ha terminado por arrasar la idea heroica de un ejército valiente y preparado. El desastre ha sido como el de Vietnam, pero mucho peor todavía. También el fracaso es una asignatura que puede aprenderse si se le otorga la debida atención.

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