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José María de Loma

Esgrima de salón

Queda el deportista teórico huérfano sin los Juegos Olímpicos. Sin ver una jabalina volando en el televisor a la hora de la siesta, el espectador ha de pasar al tradicional Jordi Hurtado o a la consabida merienda del león, una cebra. Eso o ver a los ciervos abrevando con más miedo que instinto mientras los cocodrilos le saltan al cuello.

No hay maratón, ha de dárselo uno pero de series. No hay esgrima, hay que buscarle la boca al cónyuge pero con cuidado de que en vez de fina esgrima verbal con florete la cosa no degenere en cuchillos volando por el salón. Sin fútbol mañanero, habrá que entrar en una tertulia, plagada de suplentes ahora en agosto, tal vez una tertulia sub 21 con subargumentos y subpeleas y subcanesú. A falta de basket a la hora del aperitivo, habrá que tomar el aperitivo sin jalear a Gasol, jaleando tal vez al camarero para que eche una buena caña o rellene de manzanilla el vaso. Ponte unas aceitunitas, rubio.

Hay quien siempre se cuelga medallas y no hay ido nunca a unos Juegos Olímpicos. Encontrar sitio en la playa es a veces mérito para medalla de plata y dar con el punto del gazpacho, asunto de oro. En agosto el tiempo se detiene y tras una larga tarde de pereza leyendo bajo un árbol, el sol se vuelve gigante medalla de oro y se esconde para dar paso a la noche, donde todas las medallas son pardas. No hay que levantarse de madrugada para ver el hockey, que puede ser sustituido por levantarse, salir al balcón y darse el placer de ver las estrellas, estrellas como espuelas, que dijo Lorca, estrellas que parecen medallitas que tintinean como si estuvieran colgadas del cuello de uno inmensos dioses.

El vivo locutor de Juegos Olímpicos queda sin nada que locutar y coge un avión desde Tokio para ir todo el camino locutándole al compañero de asiento sus vivencias en el país nipón. Ni quita ni pon la tele, que todo es relleno y redifusión y qué calor hace. Ya no suenan himnos y tiene toda la cancha libre la canción del verano, que este año no sabemos muy bien cuál es. Gana puntos el soniquete ese de la ONCE, lo habrán oído, «Estoy tremendo, Apolo en polo, parezco el oro del Perú o un tiramisú».

Sin Juegos, la cháchara en el bar decae, languidece la conversación de ascensor y hay que ve que poco ha durado todo. Lo bueno es que la espera esta vez para los próximos es más breve: tres años. París 2024. Habrá mundiales por medio. Ahora veremos fotos de deportistas laureados descansando en las playas, dando golpes de kárate a la rutina, saltando una longitud récord de las páginas de deporte a las del corazón. Habrá que tomarlo con deportividad. O pasar olímpicamente.

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