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Mercè  Marrero

La suerte de besar | Vivir con menos

Un empresario me dijo que apreciaba el valor de la austeridad. Es fácil ser austero con una cuenta bancaria a rebosar, pero estoy de acuerdo con él. Saber vivir con poco es un arte.

Vivir con menos

Una de mis estampas preferidas es la de las balas de paja en los meses de verano. El campo seco, sin nada que lo aderece y esos grandes círculos desperdigados sobre hectáreas de terreno. Es una belleza austera. Si fuera una mujer, sería alguien con el estilo de Marion Cotillard, hipnótica y a quien no puedes dejar de mirar. A mí me gustaría tener esa belleza, pero no le haría ascos a un parecido con Monica Bellucci. Todo sea por tener algún tipo de belleza, pero no nos desviemos y volvamos al campo. La austeridad de esa imagen recuerda al carácter mallorquín, que no suele descollar por ser demasiado pomposo o rococó, sino discreto y esencial. Si fuera un plato de nuestra gastronomía, sería unas sopas mallorquinas. O un tumbet. Una receta sencilla, que en apariencia no es nada del otro mundo y que es la antítesis de la sofisticación, pero que en cuanto la pruebas sabes que ese es el estilo de cocina al que siempre querrás volver.

Un empresario isleño destacado me dijo que uno de los atributos que más valoraba en las personas era la capacidad para contentarse con lo mínimo. Yo creo que es fácil ser poco caprichoso con una cuenta bancaria a rebosar, pero valoré la intención. De hecho, estoy muy de acuerdo. Si algo he aprendido con los años es que se es mucho más feliz cuando sabes vivir con menos. O, dicho de otra forma, cuando necesitas comprar poco. Hace una semana presenté y moderé un coloquio sobre las claves para hacer un mundo más sostenible. Fue en el marco del Atlàntida Mallorca Film Fest y compartí charla con integrantes de Joventut x Clima, Fridays for future y Teachers for future. Una de las lecciones fue escuchar a una chica de catorce años hablar de su renuncia a entrar en la rueda del consumismo y su crítica hacia quienes alardean de sus adquisiciones de moda a precios pírricos. Ella lo hace por activismo climático y yo, además de sumarme a esa convicción, lo haría por una cierta liberación psicológica. Necesitar poco aligera la vida. No añoro los meses enclaustrada en casa, pero sí me enseñaron que unos pantalones de chándal y un par de camisetas son suficientes. Quien más quien menos compra por encima de sus necesidades. Nos sobran camisetas y calzones. Caemos como moscas en las promociones de los dos por uno y compramos zapatos nuevos, en vez de reparar los viejos. Amalgamamos perfumes, barras de labios, gafas de sol y collares de bisutería. Hemos entrado en la rueda de cambiar el móvil y el portátil cada pocos años y pensamos que un coche no durará más de una década. La idea es creer que cuesta más arreglar las cosas que comprarlas nuevas.

Irene Vallejo reflexiona en El infinito en un junco sobre lo proclives que somos a hacer listas. De libros más vendidos, mejores restaurantes o de las maravillas del mundo. Me gustaría tener una lista de necesidades materiales mínima. Algo así como unas deportivas, un par de camisetas y otro par de pantalones. Un buen plato en la mesa y una estampa de balas de paja que admirar. Y un libro. Uno maravilloso como El infinito en un junco. Todavía no lo he conseguido, pero todo se andará. Espero.

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