Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Estrella rota

En 2012, el poeta y curator Enrique Juncosa (Palma, 1961) dejó la dirección del Museo de Arte Moderno de Irlanda –casi nueve años en Dublín al frente de uno de los importantes museos europeos–, hizo las maletas y regresó a casa. Tratándose de un viajero impenitente e insular centrífugo militante, no se sabe por cuánto tiempo, pero su primera escala fue Eivissa, donde creó con Elena Ruiz el ciclo de poetas españoles en el MACE y vivió hasta 2015, año en que se trasladó a Mallorca. De la época ibicenca son sus exposiciones de Gerard Byrne, Joan Miró, Rafel Joan y Barry Flanagan con cerámicas de Barceló.

A Mallorca venía, pues, a escribir, sin abandonar su trabajo de comisario de exposiciones. Desde entonces ha comisariado, entre otras, tres de Miquel Barceló en Salamanca, Málaga y Osaka; otras tres de Joana Vasconcelos en el Guggenheim de Bilbao, Rotterdam y Oporto; una en el CCCB sobre ‘Tradiciones herméticas en el arte contemporáneo y la cultura popular’; y en colaboración con el Institut d’Estudis Baleàrics, la antológica de jóvenes artistas baleares, Teoría de la alegría. Todo desde la isla. ¿Y la literatura?

Al llegar a Mallorca, Enrique Juncosa acababa de publicar un libro de relatos, Los hedonistas, y otro de poemas, La destrucción del invierno, que presentamos juntos en el Gran Hotel-Caixabank, como presentamos Los hedonistas en la librería Literanta. En estos seis años ha escrito un par de novelas, aún inéditas, un estupendo diario poético de cuarenta días de confinamiento, titulado El Pangolín, y un libro de poemas, Estrella rota, recién publicado por Pre-Textos.

Los textos de El Pangolín –hay una edición con acuarelas del artista brasileño Iran do Spiritu Santo y la española la publicará Turner en pocos meses– son unas prosas poéticas o poemas en prosa que trazan el territorio por el que Juncosa se mueve como pez en el agua. Ciudades y lugares exóticos, literatura, arte, viajes, zoología y botánica configuran un primer acercamiento –en este caso, poético, repito— al territorio memorialístico, del que siempre he pensado que el día que entre de lleno en él, Juncosa nos dará un libro maravilloso –y uso el término como lo usó Marco Polo para titular el libro de sus viajes– y único en nuestra literatura. El Pangolín es un avance de lo que será ese libro y al mismo tiempo una poética fascinante: a eso se le llama darle la vuelta a la pandemia y desterrarla en beneficio propio y de sus lectores, esgrimiendo su autor el pasaporte de la gran cultura, combinado con la experiencia de vida. Y si en distintas ocasiones he dicho que Enrique Juncosa es nuestro Frederik Prokosch, en El Pangolín luce como nunca su lado Somerset Maugham, que lo tiene y nadie lo ha tenido nunca como él ni en Mallorca, ni en España. Formas de la heterodoxia, que ahora ya no sé si lo es.

Lo mismo ocurre en Estrella rota, recorrido por la meditación sobre el acabamiento de las cosas, la enfermedad o la cercanía de la muerte, frutos naturales de la edad, y al fondo, transparentándose en cada poema, lo que dicen estos versos a la mitad del libro: ‘Prefiero a los poetas/ americanos/ de norte a sur,/ por encima de todos los otros.’ Efectivamente: si Juncosa halló su primera casa poética en el barroco –que actualizó desde una óptica posmoderna–, su puerto de madurez se sitúa en la desmesura del continente americano y su reflejo en sus poetas: de USA a Brasil, de México hasta Argentina y Chile, sin olvidar Perú. Piensen en el torrencial Whitman, en el Octavio Paz orientalista, en la brasileña Elizabeth Bishop, en el sofisticado Stevens, entre otros muchos nombres menos conocidos en España. Ahí es donde Juncosa se encuentra en casa y Estrella rota lo demuestra con creces. Esto implica lo colorista y vasto de las imágenes –flores y animales campean por sus versos formando en un tapiz fastuoso–, pero también una riqueza conceptual inédita en nuestro país y un tratamiento de los temas muy juncosiano en origen: desde el humor –hay algunos que los he acabado de leer entre risas–, al eros satisfecho como ética de vida, y la exageración fantástica, tan suya, convertidos todos en poesía de primer orden. En su caso, felicidad. O dicho de otra manera: Estrella rota es no sólo un gran libro, sino su mejor libro hasta ahora y uno de los grandes de su generación, y no soy amigo de la hipérbole, tan usada vulgarmente para desmerecer a otros alabando a un tercero. En fin, que nos hemos hecho mayores y Estrella rota nos subraya que Mallorca, tras más de treinta años de ausencia, le ha sentado a Enrique Juncosa estupendamente. Como debe ser.

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