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Joaquín Rábago

¡Quién los ha visto y quién los ve!

Sí, ¡quién los ha visto y quién los ve! Me refiero a esos Verdes alemanes, que tan disciplinadamente han aceptado la decisión por el dúo dirigente sobre quién de los dos se presentaría al fin como candidato a la cancillería federal del país.

La elección, en la que no intervinieron los militantes del partido, recayó, como se sabe, sobre la mujer, Annalena Baerbock, pero podría haber sido también el varón, Robert Habeck. ¡Es tal la armonía que reina entre ellos y tan intercambiables resultan ambos!

Qué lejos parecen haber quedado los tiempos en los que abundaban en el partido ecologista los espíritus rebeldes, antiautoritarios, tiempos en los que alguien no dudaba en arrojar un bote de pintura a su ministro de Exteriores, Joschka Fischer.

Fue por desacuerdo con la aprobación de la guerra de Kosovo por ese político que, de joven, no había dudado en lanzar piedras contra la policía y que, instalado ya en el ministerio, se transformó en decidido defensor de las “intervenciones humanitarias” de la OTAN.

Como reconoce una de las veteranas de los Verdes, la ya septuagenaria Antje Vollmer, Fischer convirtió un partido de egos desatados en un simple instrumento de poder político.

El atlantista converso Fischer, que nunca llegó a presidir el partido, lo dominó, sin embargo, del mismo modo en que hoy, en circunstancias, sin embargo, muy distintas, parecen dominarlo Baerbock y Habeck, que tanto monta, monta tanto.

En estos nuevos Verdes no parecen existir, o al menos no hacen tanto ruido, las dos alas que siempre los caracterizaron: los llamados “realos” (realistas), a los que pertenecía Fischer, y los “fundis” (o fundamentalistas).

Joshka Fischer hizo de los Verdes un partido de gobierno hasta el punto de poder llegar él mismo a vicecanciller bajo el socialdemócrata Gerhard Schroeder.

Sus sucesores no se contentan, sin embargo, con un segundo puesto en el Gobierno federal, sino que, en vista de la lamentable situación de cristianodemócratas y socialdemócratas que indican los sondeos, aspiran a llegar incluso este otoño a la cancillería federal.

El partido ha cambiado radicalmente y, como señala la veterana

Vollmer, que confiesa no reconocerlo, es hoy es más profesional, pero al mismo tiempo más conformista: “Antes no habrían esperado a que decidieran los presidentes para aceptar luego sin más lo decidido por éstos” (1)

En aquel partido Verde tan vivo y a veces tan caótico que conoció quien firma esta columna cuando era corresponsal en Bonn, la antigua capital alemana, las peleas internas estaban a la orden del día y la democracia de base formaba parte de su razón de ser.

Hoy, los Verdes integran varios gobiernos regionales e incluso dirigen en Baden-Württemberg una coalición con la CDU con el septuagenario Winfried Kretschmann al frente, un político que, según algunos, ha hecho ya demasiadas concesiones a la industria automovilística. Es lo que llaman “realpolitik”.

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