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El Rey, letrado

El Rey, letrado

Recién nombrado Ministro de Defensa, Narcís Serra visitó un cuartel por primera vez en su vida. «Pies planos» y una vista deficiente le habían impedido cumplir con el entonces obligatorio servicio militar. Al entrar en aquel recinto castrense, con los nervios y el brío del primer día, observó, de pasada, que sobre la puerta rezaba un lema a notables letras. Todo por la patria.

Nunca antes lo había leído. Todo y patria en la misma oración. La excitación del momento, y esa vista que le jugaba malas pasadas, le causaron una profunda y, al cabo, benéfica confusión. Leyó e interiorizó otro enunciado. Todo por el estómago. A buen seguro que algunas razones freudianas coadyuvarían a entender lo que sucedió en la mente de un hombre joven de una generación más culta y libre que las inmediatamente anteriores.

Acompañaba al ministro la general preocupación por lo que otrora se denominaba «ruido de sables». Resolver ese tumor, que a todos nos ponía un nudo en la garganta, era el encargo que había recibido. Muy fresco el recuerdo de la asonada, comúnmente denominada, del 23F.

Así las cosas, y mientras presidía el desfile, para sus adentros, pensó «¡eureka! ¿cómo no se le ocurrió a D. Manuel Azaña?». La duda tiene respuesta en un libro reciente del historiador Ángel Viñas. El gran error de la República: entre el ruido de sables y la ineficacia del gobierno.

Ya en su despacho urdió una estrategia de esas que hoy el general patán que nos llama cucarachas y chinches calificaría de social-comunista. Dicho y hecho, a los pocos meses el militar de carrera pudo jubilarse con ascenso, un grado, en el escalafón y sueldo íntegro. A esta operación, acompañada de pequeños flecos, se la denominó democratización de las Fuerzas Armadas.

La razón del «ruido de sables» era, al decir de sus protagonistas, la patria y el hundimiento de sus valores. Pues bien, con el plan Serra y la LOAPA el amor desabrido, ofendido por los ruines y miserables ataques de los que era objeto, desapareció. Sí, como por arte de magia o por arte de algún fluido estomacal. Nos deshicimos de una atadura heredada del franquismo. Y ellos cobraron por dejarnos en paz.

Por el error de un ministro el amor a la patria quedó enhebrado entre sables y estómago. O sencillamente será que el amor se vive junto a otras experiencias, cuántas veces llega de la mano del deseo, o se hace acompañar de la necesidad.

En ocasiones hay circunstancias humanas menos poéticas y no por ello menos relevantes. Pensando, sin más, en mi profesión he asistido a la entrega, el sacrificio, la preocupación del abogado por mor y amor a la minuta de honorarios. Así lo mandan la vocación y la profesionalidad. No hay psicoanálisis si no pagamos la sesión al terapeuta al acabarla.

O sea que sin pago abogado y terapeuta serán unos conocidos, o amigos, o lo que sea, pero no serán profesionales. Así lo entendió Juan Carlos de Borbón.

El Rey emérito ha sido un excelente embajador de España, con enorme capacidad, infinidad de éxitos y una presencia internacional relevante. Representó al país que se despojaba de la camisa de fuerza franquista y que se modernizó a pasos agigantados; el estado que pretendía tener presencia en el marco internacional, salir del ostracismo. El Rey lo hizo bien, y en no pocas ocasiones muy bien. Por ello recibió aplausos entusiastas fuera y casi unánimes dentro, durante años.

Hete aquí que de un tiempo a esta parte hemos sabido que aquella dedicación, esfuerzo, proyección, amor a la patria y a los españoles, no era óbice para que también estuviera atento, bien atento, al cobro de la, suculenta, minuta. El gran Rey de la democracia reconvertido en letrado en ejercicio. Desarrolló Juan Carlos un profundo amor por la justa compensación a sus desvelos patrios, cual letrado, un Pujol sin más. Tal era la sonoridad de los aplausos que nadie reparó ni en la minuta ni en el cálculo. Un solo criterio fue la guía, el valor económico que otorgaba el Rey a su amor. Queda una duda, a resolver por el historiador, ¿lo hizo por amor a la patria, por un jugo estomacal, o por amor a la minuta?

Comparto oficio con el emérito, para mi absuelto, ha sido un excelente letrado representando y defendiendo los intereses de su cliente. Y, hábil, ha cobrado sus servicios de amor a la patria, en amor y en suculentos dineros. Una tradición castrense.

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