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Antonio Papell

Cataluña en su laberinto

Carles Puigdemont desea ejercer un liderazgo carismático de libertador, a modo de un Simón Bolívar redivivo

Cataluña en su laberinto

El fracaso de la investidura de Pere Aragonés, candidato de Esquerra Republicana, como presidente de la Generalitat se ha debido sobre todo a las discrepancias sobre el papel que debería desempeñar el Consell per la República Catalana, el organismo privado, sin encaje constitucional ni institucional alguno, que se ha inventado Puigdemont para presidirlo y conformar a su alrededor un liderazgo carismático, el de una especie de libertador de Cataluña, sin necesidad de pasar por las urnas. Una especie de Simón Bolívar redivivo.

De momento, no ha habido acuerdo entre ERC y JxCat, porque lo único que vincula a los neoconvergentes de JxCat, herederos del nacionalismo conservador de Jordi Pujol, con Esquerra Republicana de Cataluña es la pulsión independentista, pero les separa todo lo demás.

El PSC ha tachado de «broma de mal gusto» que el Consell per la República forme parte de las negociaciones para el Govern de la Generalitat y se ha referido a la entidad como «un artefacto y un instrumento a medida de Puigdemont». «Lo que está en cuestión, en el fondo, y por lo que no hay gobierno en plena pandemia, es si ERC reconoce a Puigdemont o no como presidente legítimo», ha valorado la número dos de Illa, Eva Granados.

La portavoz de los socialistas catalanes ha afeado a los «que se dicen patriotas», en referencia a los independentistas, que «menoscaben las instituciones». Y verdaderamente, el dilema no es sencillo ni fácil de resolver, pese a que el interés de fondo del soberanismo —la llegada al poder— arrasará probablemente los obstáculos a última hora, siempre antes del 26 de mayo, fecha en la que se convocarían automáticamente nuevas elecciones si no se hubiese conseguido una investidura.

El Consell per la Republica Catalana, que tiene una web en catalán y en inglés (los catalanes castellanoparlantes que se fastidien) es, en esta fase emergente, un remedo de Estado que cuenta con un Consejo Fundacional de Gobierno, presidido cómo no por Puigdemont; la Asamblea Fundacional de Representantes, y el Registro Ciudadano Fundacional. El referido Consejo, formado por personas de confianza del líder, tampoco tiene otra legitimidad que la de una curiosa designación a dedo sin aval democrático alguno. La razón de ser de este Consejo es clara: Puigdemont desearía que el Gobierno de la Generalitat se supeditara al dictado de Waterloo, que sería asimismo el que marcaría tanto las relaciones entre la Generalitat y el Estado como los tiempos de una nueva ruptura semejante a la del 1-O.

En el debate público que se ha observado en la fallida investidura, se ha visto que ERC exige simetría en el Consell de la República (los republicanos brillan por su ausencia), algo a lo que generosamente acceden los pospujolistas, pero además reclama autonomía por boca de Aragonés, algo que Puigdemont no puede consentir. De hecho, Junqueras ya ha puesto de manifiesto, desde prisión, dos criterios claros: en primer lugar, que está dispuesto a participar en las instituciones estatales y a facilitar la gobernabilidad; y, en segundo lugar, que cree en una vía negociada del conflicto catalán. Todo lo cual no puede parecerle bien a Puigdemont, puesto que, de un lado, la hegemonía catalanista corresponde ahora a Esquerra, que ha obtenido más apoyo en las urnas, y, de otro, el prófugo expresident no puede desempeñar su tarea en España porque se encuentra en busca y captura, y no parece muy dispuesto a rendir cuentas ante la justicia española, que ya ha depurado con suficiente explicitud los sucesos del 1-O.

La solución pacífica y creativa del conflicto catalán y su encauzamiento por caminos racionales como ha hecho Euskadi sólo se conseguirá si el progresismo nacionalista de Cataluña vuelve a la senda institucional, constitucional, que es la única aceptable por un Estado fuerte que se basa en instituciones sólidas y se rige por leyes inobjetablemente legítimas. Quizá sea pronto para un gran pacto ERC-PSC, que los más fanáticos nacionalistas conservadores de ambas partes denigrarían, pero muchos estamos convencidos de que este será, a la larga, el único camino.

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