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Antonio Papell

Independentismo enfermizo

El rey Felipe VI se dirige a los asistentes al acto del martes en el Congreso por el 40 aniversario del golpe de Estado fallido.

Los partidos independentistas no quisieron participar este martes en los actos oficiales de la conmemoración del 23-F y publicaron un manifiesto alternativo en el que consideran que «hace 40 años, tras los acontecimientos del 23F, una operación de Estado reforzó y blindó los pilares y valores del régimen establecido en la mal llamada transición democrática española, con la figura del rey y el Ejército como sus mayores garantes». «Más allá de la versión oficial —sigue diciendo el documento—, existen fundados indicios de que el golpe del 23F fue algo planificado no por cuatro militares descontentos, sino por toda una operación de Estado que permitiese salvar el Régimen del 78». Y en su opinión, «mientras el Estado español siga sustentado en los mismos estamentos políticos, judiciales, policiales y monárquicos que hace 40 años» y «mientras no se reconozca el derecho de autodeterminación y continúe habiendo presos políticos, exiliados y represión, ni existirá normalidad democrática ni este Estado podrá ser considerado una democracia plena». En diversas declaraciones, los independentistas han criticado con dureza el acto del aniversario del 23F y han asegurado que sólo se busca blanquear al rey.

Los partidos que publicaron la majadería que queda transcrita y que dieron una rueda de prensa sin posibilidad de que los periodistas preguntaran —es decir, con los periodistas como decorado—, eran ERC-Sobiranistes, JxCat, BNG, EH Bildu, la CUP y el PDeCat.

Hay centenares de libros sobre el 23-F, muchos de ellos obra de reputados periodistas y/o de insignes historiadores, y no parece que haya trampa ni cartón en la versión genuina de los hechos, que es la que ha dado insistentemente Javier Cercas, el autor de Anatomía de un instante, un arduo trabajo que le costó cuatro años redactar. La tesis del libro, que el escritor ha resumido en un artículo redondo publicado el propio día 23, es que el «el gran secreto sobre el golpe de Estado del 23 de febrero es que no hay ningún secreto». Falta, qué duda cabe, esclarecer algún detalle, que se conocerá cuando se haga público el sumario que todavía permanece bajo secreto; y, desde luego, como el ministro de Defensa de la época, Alberto Oliart, explicó con claridad, se procesó tan solo a los cabecillas de la intentona, y no a la soldadesca que se prestó a unas actuaciones manifiestamente ilegales, pero hubiera sido un error diluir unas responsabilidades tan detectables y concisas.

En definitiva, el 23-F no fue una operación maquiavélica, como insinúan los mal intencionados, sino un episodio más de un proceso muy complejo en que el estamento militar tuvo que pasar de ser el fundamento político del franquismo, que tuvo a gala estar siempre asentado sobre las bayonetas, a un ejército democrático subordinado al poder civil legítimo emanado de las urnas; un poder que había legalizado incluso al «enemigo», al partido Comunista, algo que provocó la dimisión de un ministro militar y la indignación más o menos explícita de todos los mandos formados al calor de la dictadura. Los buenos oficios del teniente general Gutiérrez Mellado, un verdadero patriota que impulsó aquella transformación, no bastaron para aplacar el ruido de sables que servía de trasfondo a una relativa frivolidad del poder civil, envuelto en luchas de poder poco oportunas. El declive de la UCD, la incomprensión de que fue víctima Adolfo Suárez y que le llevó a la dimisión, las conspiraciones de salón que hacían referencia a un nunca bien explicado ‘golpe de timón’, fueron el caldo de cultivo en que nació y creció la idea del golpe, o de los golpes, puesto que al parecer en el 23-F confluyeron el golpe de los coroneles, el de los generales y de los civiles.

En definitiva, el 23-F no desacreditó la transición sino que la puso a prueba. Y la transición salió airosa gracias, en este caso concreto, a la firmeza del Rey Juan Carlos y a las convicciones de la gran mayoría de la opinión pública. Las mismas convicciones que hoy persisten, puesto que los grupúsculos heterogéneos que enarbolan hoy tesis de imposible encaje constitucional no son representativas de casi nada. Aunque su estridencia y las dudas de las formaciones constitucionales hagan posible que el delirio se mantenga y adquiera una dimensión inmerecida que colisiona con el buen sentido de la mayoría.

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