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Alex Volney

El ojo de las anguilas (II)

Eeste autor revelación sostiene que se está llegando a la conclusión que, si los datos son los que son, puede que estemos siendo los protas, y a la vez causantes, de la sexta extinción masiva. El novelista Graham Swift dió voz a Tom Crick en El país del agua: «Claro que ese enigma quizá pertenezca a todo lo que el destino ha decidido que siga siendo desconocido hasta que llegue el fin del mundo». El autor sueco en ciernes Patrick Svensson en su El evangelio de las anguilas añadirá que “cuando todo se conozca y la curiosidad se haya agotado, habrá llegado el momento de su destrucción”. En este fascinante relato se confirma como los japoneses, su pionero fue Katsumi Tsukamoto, hace tiempo que han logrado su reproducción en cautividad, movidos por la larga tradición en el consumo y por el anhelo de su perpetuación en la ganancia económica con este ancestral bocado. Todo, muy lejos de suponer un avance en la recuperación de este animal.

La gran autora americana Rachel Carson, quien había conseguido con su Primavera silenciosa confirmar el gran poder de la letra escrita (piensen que murió el 1964 y el 1972 el senado de Estados Unidos prohibiría el uso de DDT gracias a la repercusión de esa obra), dejó sentenciado que «ningún ser humano puede descubrir el camino de las anguilas». Svensson en su aliento narrativo, de cerca, va mascullando: «Lo misterioso tiene su atractivo», claro y arranca un extraordinario repaso a partir de la anguila de Brantevick, ¡un pez que llega a los ciento cincuenta años de edad!, cuando la localizan los ojos del animal sobresalen del cuerpo y estallan los índices de audiencia en la televisión sueca. Un auténtico rosario de encuentros: la almeja de quinientos años, el Dodo o la vaca marina de Steller, un paisaje de auténtica destrucción, entre el largo recital de las diferentes extinciones masivas hasta desembocar en la presuntamente más reciente de todas, «de la que somos sus perpetradores». El autor sugiere que sacar de su «misterio» a esta bestezuela puede indicarnos el fatídico camino que espera a la humanidad. Las bacterias y los cambios que el calentamiento global producen en las corrientes, que ya no son perpetuas y modifican cualquier orden y equilibrio establecido, van conduciendo a muchas especies (y a nuestro pez) a la total desaparición.

En ningún momento abandona ese gusto panteísta por las cosas, sin dejar de lado una curiosa fe y su particular y trepidante incorporación de Jesucristo caminando sobre las aguas de las páginas del mismo. Una conclusión final subjetiva que recuerda lo mejor de Jim Dodge y su precioso Fup.

La parte más narrativa es autobiográfica en un ajuste de cuentas con la vida, unas personales circunstancias que pudieran ser las de cualquiera de sus lectores y sobre todo por eso es por lo que va cuadrando lentamente un bonito relato que en menos de trescientas páginas nos puede adentrar en los rincones menos transitados de nosotros mismos.

En medio de la noche, bajo el slalom silencioso de los pequeños murciélagos, cerca de la monótona y fresca melodía del rabión vuelve a la carga una y otra vez, entre pasajes de su memoria particular, con una de las más serias, y globales, de las advertencias: «¿Es posible, con 40 millones de años, que podamos extinguir a quien fue testigo de la fragmentación de las placas tectónicas? Aviso al perpetrador negacionista.

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