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Mar Ferragut

Un iceberg llamado pandemia

«Nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo», nos repetimos: ¿Hasta cuándo aguantará?

Nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo. Cómo nos gusta decirlo y cómo nos reconforta pensarlo mientras miramos a EEUU. En su momento el Titanic fue el mejor buque del mundo. Hasta que se hundió. Podemos seguir repitiéndonos ‘nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo’ si eso nos tranquiliza, pero nada aguanta sin deteriorarse cuatro años de recortes y teniendo que afrontar después una inesperada pandemia. Un iceberg. El padre de todos los icebergs, cuya punta veíamos lejana, en China. Algo que no iba con nosotros, como las noticias periódicas de intoxicaciones por leche adulterada que nos llegaban del país asiático. Ja.

El sistema público de salud ha sido sometido a la máxima prueba de resistencia de su historia. En la primera ola sus trabajadores dieron lo mejor de sí como pudieron. Se aislaron de sus familias para no contagiarlas; se procuraron por sus medios materiales de protección en condiciones cuando nadie se los facilitaba; asumieron el cambio constante de protocolos y directrices así como el permanente riesgo de contagio. Estaban agotados y en tensión constante. Ahora les ha llegado la segunda ola cuando aún no se han recuperado de la primera. Y si antes de la pandemia ya echábamos en falta que el médico ‘nos mirara’ más a nosotros y menos a la pantalla del ordenador tratando de enterarse de nuestro historial a la vez que nos atienden (no tienen tiempo para más), ahora directamente añoramos el que ‘nos vean’. «La atención telefónica ha llegado para quedarse», nos dicen. Y en ocasiones te vale, pero en otras no. Eh, pero nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo. Los profesionales que se van de España para atender a una media razonable de pacientes y encima por un contrato y un sueldo mejor se ve que no se han enterado.

Si en China son cíclicas las noticias sobre intoxicaciones alimentarias, en nuestro país las que se repiten periódicamente son las de los afectados por el cierre de clínicas dentales de colores luminosos, precios imbatibles, marketing arrollador. El último caso, el de Dentix, que deja en Balears unos 6.000 perjudicados, con tratamientos a medio hacer y créditos por pagar. España es de los pocos países de la Unión Europea que no asume la atención bucodental a adultos, pese a que casi todos los partidos dicen defender su inclusión en la cartera pública de servicios (debe ser como «la apuesta decidida por la FP» o «el impulso al I+D+i», lemas que se incluyen en los programas para que suenen europeos y avanzados). Pero luego nunca llega a materializarse nada. Así, estas clínicas y sus bajos precios y estrategias de deslumbrante marketing atraen a unos ciudadanos que no ven otra para poder acceder a unos costosos tratamientos que les permitan tener una dentadura con la que vivir sin dolor y/o comer. Comer. Si eso no merece ser considerado una prioridad, un servicio básico de la salud pública, ¿qué lo es? Eh, pero tenemos uno de los mejores sistemas de salud del mundo.

¿Cuánto nos aguantará este mantra? ¿Cuánto aguantarán nuestros profesionales sanitarios? El sistema va reventando poco a poco, y el agua va filtrándose como lo hacía en el Titanic mientras celadores, enfermeras, auxiliares, médicos, técnicos y administrativos tratan de achicarla con cubitos. Los que pueden saltan a los botes salvavidas de la red privada. Pero todos hemos visto la película. No hay para todos.

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