Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

La escuela, el lugar desde el que comprender lo que está pasando

Muchos niños llevan toda su vida en tiempos de crisis. Ojalá el colegio sea un referente de protección y la plataforma desde la que comprender el entorno

Las madres y padres que siempre hablan de sus hijos me recuerdan a las parejas que enseñan las mil y una fotos de su luna de miel o a los chicos, hombres maduritos a día de hoy, que invertían media velada contando sus batallitas de la mili o del colegio mayor. Interesante, sí, pero hasta cierto punto. Hay temas que saben mejor si se dosifican. Soy mujer de principios. Muchos de ellos flexibles. Por eso, hoy he venido aquí a hablar de mis hijos y de su vuelta al colegio. O, para ser más precisos y porque escribo esto antes de que les haya tocado su turno en esta vuelta escalonada, de lo que desearía que fuera ese regreso.

Soy afortunada. Puedo hacer teletrabajo, disfruto de una red familiar y mis hijos comienzan a tener una edad en la que pueden quedarse solos sin el riesgo de quemar la casa o de matarse entre ellos. No necesito una escuela canguro. Necesito una escuela que les despierte la chispa. Mis hijos, como los de muchos, llevan casi toda su vida en tiempos de crisis. Por eso, anhelo que perciban que el colegio es su espacio de protección, de estímulo e inquietud. Un lugar en donde jugar, cuestionarse el mundo e imaginar propuestas para mejorarlo. 

Ojalá les ayudasen a ordenar lo que han vivido y sentido estos meses y a comprender qué está sucediendo. No hablo de la historia que yo les he contado o la que han visto de reojo por la televisión. A mí me tienen muy vista y oída, quizás demasiado. Hablo de comprender cómo este virus lo ha puesto todo del revés, empezando por la manera de mostrar nuestros afectos, de lavarnos las manos o de relacionarnos con los demás. Hablo de comprender la omnipresencia de la ciencia, la necesidad de repensar modelos económicos o la importancia de la comunidad para suavizar las penas y soledades. Desearía que el espacio físico que se van a encontrar fuera diferente. Porque la vida ya lo es. Me inquieta que vuelvan a la misma clase, pero con la mitad de pupitres y sin comprender el porqué de las ratios, los aforos y ausencia de amigos por el desdoblamiento de grupos. Desearía que salieran del centro escolar y que caminaran por calles sin coches y acompañados de sus maestros. Es el momento de cerrar calles y de convertirlas en espacios de convivencia y de aprendizaje. El arte puede estudiarse en un museo, las matemáticas en un mercado, las ciencias en el parque y la historia haciendo teatro. Que me perdonen los popes de la innovación, pero menos clases magistrales online. Que los profesores inviertan su talento generando debates y argumentos y no replicando los contenidos del aula tras una cámara.

En una entrevista con Javier del Pino en la Cadena Ser, el maestro y psicopedagogo Francesco Tonucci contó la anécdota de una niña peruana de nueve años que dijo que no quería ir a la escuela porque allí no se enteraba de lo que estaba pasando en la vida real. Le escuché mientras caminaba y pensé que, en mi próximo artículo, éste, iba a hablar de mis hijos y de lo que deseo para ellos, que no es más que todo lo mejor, incluido el placer del aprendizaje de la mano de buenos maestros. 

Compartir el artículo

stats