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Matías Vallés

Acaba la ilíada, empieza la odisea

La guerra ha finalizado con un resultado todavía incierto, pero el regreso a Ítaca comporta tantos peligros como la batalla

Después de 24 horas y otros cien días de información consagrada en exclusiva a las crónicas del coronavirus, la echadora de cartas de la televisión de madrugada plantea una cuestión esencial, "¿qué está pasando ahora en el cosmos?" La apelación galáctica viene acompañada de un saludable efecto liberador. La pandemia pasa de repente a un segundo plano, y no solo para quienes hablan a corazón cubierto. La ojeada a las afueras del Universo resulta tranquilizadora frente a la feroz polémica de las mascarillas. O a la evidencia de que hasta Hillary Clinton derrotaría hoy a Trump.

Los hijos han enterrado a sus padres a distancia, en contra del victimario imperante en las pandemias recientes. Sin esperarlo ni asimilarlo, el ser humano habita el dominio de la ciencia-ficción, gatea en un espacio y un tiempo que un año atrás hubieran parecido inverosímiles. Quienes se atreven a comportarse como si hubiera retornado la vieja normalidad, son tachados de irresponsables.

La terminología bélica en curso obliga a decretar que ha acabado La Ilíada, por lo que obligatoriamente comienza La Odisea. La guerra ha finalizado con un resultado todavía incierto, pero el retorno a Ítaca comporta tantos peligros como la batalla. Monstruos, engaños, cantos de sirena que aturden a los viajeros, incluso la fantasía de que el periplo equivalga a un crucero, por citar una de las experiencias que quedaron embarrancadas con motivo de la pandemia. Sin olvidar la pretensión ordenancista de la autoridad, frente a la evidencia de que se navega sin mapas.

La familia Ulises regresa a casa, pero lo más probable es que se encuentren con un lugar distinto del que partieron hacia el combate. La guerra de Troya se atribuye a una causa tan banal como el amor, pero en la pasión por Helena había al menos seres vivos en juego. El coronavirus ni siquiera goza de esa condición, y ha paralizado al planeta con una repercusión que solo ahora empieza a calibrarse. La facilidad del confinamiento de cuatro mil millones de personas por miedo a un enemigo invisible, extraña forma de plantar batalla, no solo ha sorprendido a los propios gobernantes. También la clase intelectual ha quedado desarbolada, porque había diseñado planes mucho más retorcidos para justificar el sometimiento colectivo. La simplicidad de la pandemia dificulta su interpretación.

Las crisis anteriores parecen menos graves porque se sabe cómo acabaron. Este detalle del ciclo completo debe atenderse antes de situar a la pandemia en el escalafón de los desastres planetarios. Tras la dureza de La Ilíada, en el accidentado camino de regreso sigue sorprendiendo la entrega de las libertades sin rechistar. Incluso durante La Odisea se siguen aceptando expresiones como "inmunidad de rebaño", donde la alusión ganadera se contempla como un objetivo deseable. En el balance final, el gregarismo está más garantizado que la inmunización.

Con las prisas, no se han evaluado al detalle las incógnitas del regreso a una Ítaca que ha cambiado irreversiblemente desde que fue abandonada para emprender el curioso combate. Ninguno de los avances que enorgullecen a la humanidad han sido decisivos para la victoria ante el virus. O el empate, en la mente de quienes no las tienen todas consigo sobre la situación actual. Los grandes avances tecnológicos no han propiciado la extinción de la amenaza. Al contrario, los aviones que simbolizan la globalización fueron obligados a aterrizar hasta nueva orden. Tampoco el arsenal farmacológico ha ofrecido hasta la fecha una respuesta unívoca a la amenaza, sino que ha sido cuestionado al exhibir una notable precariedad. El planteamiento ha sido medieval, los remedios se ajustan a la misma época. Quedarse en casa, encerrados a cal y canto.

A falta de sondear ensayos futuros más significativos, ningún pensador vivo se ha manifestado a la altura de la pandemia. Ha sido curioso contemplar el predominio del miedo radical, en maîtres à penser que habían escamoteado dicho sentimiento de su arsenal de motivaciones. Han abrazado la nueva fe del confinamiento. La debilidad analítica puede escudarse en la magnitud del empeño. Solo Baudrillard poseía un conocimiento instintivo de la realidad mediatizada, que le hubiera permitido atrapar la interpretación correcta del coronavirus.

Billy Wilder colgó un cartel en su despacho con la leyenda "¿Cómo lo haría Lubitsch?" Es oportuno plantearse cómo trazaría Baudrillard las coordenadas de La Odisea. Con su cultísima ironía, tal vez avanzaría la hipótesis de que las pandemias también se aburren de ocupar las portadas a perpetuidad. Hubiera sido la versión postmoderna de la doctrina científica que apunta a que el virus no remata a sus anfitriones, porque los necesita relativamente sanos.

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