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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

De lo que no se habla

Mientras contemplaba los debates parlamentarios que estaban previstos para alcanzar la investidura de señor Sánchez como presidente del Gobierno de España y acabar con demasiados meses de interinidad política, visioné, casi por casualidad, esa maravilla que lleva por título Saraband, realizada por el maestro Ingmar Bergman en 2003. Testamento y previsión, con dos de sus actores/actrices emblemáticos: Liv Ullman, en el rol de Marianne, Erlan Jopfenson en el de Joan, con el aditamento de la joven Julia Dufvenius representando a Karin. Se recoge el ambiente opresivo, pero no menos esperanzado de Gritos y susurros, del ya lejano 1972, pero circunscribiéndolo a la "estructura de pareja", solamente relacionada con alguien joven que propone alternativas al dominio de un Joan prepotente y dogmático. Un film redondo con una secuencia "de habitación" de las más bellas que he contemplado en pantalla. Mientras tanto, los debates proseguían hasta el desacuerdo final. Y uno, mientras gozaba de la recta final del film, se estrellaba contra el muro de la flagelación en nuestro Parlamento, convertido en sede de palabras fracturantes y en absoluto constructivas, sea por fallida estrategia sea por un cinismo todavía más peligroso. La película parlamentaria huía de la historia desarrollada por el maestro sueco.

Segundo dato. De un tiempo a esta parte, desde el Vaticano nos llegan "vientos de alta política internacional", vientos de solicitada y urgente reconciliación. Francisco lo pregona sin descanso, como si hubiera llegado a la conclusión de que cualquier intento de paz, de respeto y nada digamos de colaboración, fuere posible sin un previo intento, serio y trabajoso, de reconciliación. Es decir, de querer, objetiva y concretamente, llegar a acuerdos desde la equidistancia en lugar de proclamar, en palabras y gestos, el odio más feroz. Porque la reconciliación es un positivo mecanismo de resolución de conflictos previo a toda posterior medida. Saraband es modélica de la práctica de esta virtud/cualidad desde la propia limitación aceptada.

En fin, sin aceptar las propias limitaciones y las benevolencias ajenas, porque nadie tiene toda la verdad y siempre tenemos algún elemento positivo, es inútil reunirse para parlamentar. Sin espíritu de reconciliación solamente se alcanza la fracturación en aumento, el insulto como método, hasta la descalificación dogmatizante. Dinámicas gestuales y verbales que se adueñaron del hemiciclo. Para no citar a los grandes protagonistas, la confrontación entre Adriana Lastra y Norma Oramas, confrontación cruenta si bien indirecta, alcanzó límites de tremenda descalificación, con una gestualidad, sobre todo facial, que denotaba repulsión interior descarada e irrenunciable. Con tanta agresividad suelta, era absolutamente imposible dialogar sobre sillones, pactos o programas. Esta es la verdad y las reclamaciones de aproximación alcanzaron la risibilidad. Hay todavía mucha guerra incivil, mucha memoria histórica, mucho despecho, y, sobre todo, mucho deseo de ver eliminado al rival, convertido en enemigo. El rostro del presidente en funciones al salir del hemiciclo tras el debate mostraba todo lo escrito.

Pero es que, para llevarse a cabo una cierta reconciliación, como sucede en tantos lugares del planeta, tiene que darse un "pontífice", alguien que pueda convocar a la mera conversación como punto de partida, a un comienzo de contacto discreto, distendido y, yal vez, acabado en el distanciamiento. Alguien fiable para los enconados en el odio, que lo hay, y capaz de hablar cuando se hagan esos silencios infinitos de "palabras entre distantes". Sin intermediario de estas características, las amarras están rotas entre todos, y sería una vulgaridad parlamentaria alcanzar algún tipo de relación política tras las agresiones permitidas por una presidenta del Parlamento tan contemplativa.

En Saraband, Marianne y Joan contemplan fotografías que a ambos afectan, discuten sobre educación mientras la joven Karin proporciona esa mirada iracunda y poderosa de rebeldía. Y al cabo, mientras ella espera en la cama a Joan? pero en silencio, es Joan quien, en un gesto de profunda humildad, (y necesidad), entra en la habitación y desnudo se acuesta junto a la mujer, hombre y mujer reconciliados, una mini secuencia estremecedora, ausente por completo en el Parlamento que solamente presagia agresiones y enquistamientos, a no ser que aparezca algún mediador viable, tan fuerte como comprensivo. Lo dudo.

De tal reconciliación apenas se habla, como de tantas otras cuestiones que sugiere Francisco. Pienso que, incluso previa a la reconciliación, es necesaria la misericordia, ese amor práctico que desarrolló el buen samaritano. Cuando los valores humanos decrecen, todos los órdenes de la vida se desvirtúan. Aunque no se hable de una situación tan alarmante. Y menos en verano.

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