De las murallas exteriores que tenía la ciudad de Madina Mayurqa cuando fue asaltada por las tropas del rey Jaume I en 1229 quedan muy pocos restos materiales, y se encuentran esparcidos por la ciudad sin recibir, en la mayoría de los casos, mayor atención: uno de ellos está en el barrio de la Calatrava (la pared sobre la que hoy se apoyan las fachadas de las casas dando a la plaza Villalonga), otro en la plaza Porta del Camp (un tramo de la pared de levante del huerto del convento Santa Isabel), otro posible resto en el barrio de Sant Pere (el lienzo de muralla que separa la calle Pólvora del Baluard de Sant Pere), otro en la plaza de la Reina (la puerta de la Gavella de la Sal, al inicio de la calle del Mar), y otro en la calle Mateu Lladó (en parte oculto tras un pequeño edificio y en parte visible, formando parte de la pared exterior del orfanato de las Hermanas Trinitarias). Las llamadas Torres del Temple forman parte de un recinto fortificado adosado a la muralla exterior (la Almudaina de Gumara) que también estaba en pie en aquella fecha.

Si exceptuamos las del castillo de la Almudaina Real, estas torres son las únicas que quedan visibles (junto con la reconstruida del convento de las Jerónimas) de todas las que formaban parte de los distintos recintos fortificados que Palma tenía en el momento de la conquista cristiana. Se trata por tanto de un resto material del mayor significado testimonial para la ciudad.

Estas torres se han hecho tristemente famosas en los últimos años porque en ellas se pretende construir unas "viviendas de lujo". Ante esta situación, el Consell Insular de Mallorca ha decidido iniciar la incoación de expediente de declaración de Bien de Interés Cultural con la categoría de monumento, lo que es de aplaudir. (BOIB num 55 de 22-04-2004. Incoació Expedient de declaració de BIC amb categoría de monument a favor del immoble anomenat "El Temple", carrer Temple, Palma).

En la propuesta publicada en el BOIB se hace un extenso análisis, histórico y formal, de los elementos construidos, a proteger, y se repiten frases como se trata de un elemento patrimonial de excepcional valor arqueológico o es un elemento totalmente merecedor de una protección singular.

Pero al mismo tiempo se deja caer la frase no está demostrada la obligatoriedad de eliminación de unos usos de los cuales ni siquiera se sabe cuál fue el momento de su instalación. La forma de redacción pone ya en evidencia la intención del que la ideó. ¿Qué hay tras una redacción tan confusa? ¿A qué usos quiere referirse su redactor? Como si el hecho de saber cuándo se introdujo el uso de vivienda en estas torres pudiera tener algún significado que justificara la permanencia de este uso.

Los criterios universalmente aceptados en casos como este, desde las primeras propuestas conceptuales a mediados del s. XVIII hasta los últimos debates sobre estos temas, son muy claros: las construcciones con valor histórico (ya sea arquitectónico o testimonial) deben mantenerse en lo posible en el estado en el que ha llegado hasta nosotros, eliminando las adiciones claramente espúreas pero respetando todas aquellas que a lo largo de la historia puedan haberla enriquecido, y albergando aquellos usos que sean compatibles con su mejor conservación.

Es evidente que para que un monumento se perpetúe debe mantener, cuando sea posible, un uso que lo mantenga vivo. Así, por ejemplo, la Lonja de Palma tiene hoy un uso -sala de exposiciones o sala de actos- diferente al original, pero que no afecta a la buena conservación de su estructura arquitectónica ni a la visión permanente del monumento: su amplio espacio interior permite el montaje de las exposiciones más complejas mediante instalaciones exentas, sin necesidad de entrar en contacto con las paredes ni con la cubierta del edificio.

Pero no todos los usos posibles son así de inofensivos, ni todos los edificios históricos permiten usos tan flexibles. Uno de los usos más agresivos que hoy en día puedan darse es, sin duda, el de vivienda. Para comprobarlo basta con visitar cualquier obra de rehabilitación de un edificio de este tipo, de las muchas que, por fortuna, se llevan a cabo en los centros históricos de Mallorca: la complejidad de las instalaciones en las viviendas de tipo medio se ha multiplicado de manera espectacular en las últimas décadas, y la carrera parece no tener fin.

Las instalaciones de electricidad, por ejemplo -que antaño se reducían a una simple lámpara colgando del centro de cada recinto-, constituyen hoy un entramado de conductos inimaginable para cualquier usuario que se limita a disfrutar de la vivienda "terminada". Pero a esto hay que añadir que si hace algunas décadas las viviendas disponían, en general, de un solo cuarto de baño, las actuales tienden a disponer de un baño para cada dormitorio, con la consiguiente multiplicación de tuberías de aporte de agua -fría y caliente-, de desagües y de tubos de ventilación. Aunque estas instalaciones pueden resolverse en parte con cámaras formadas por tabiques añadidos o por falsos techos, implican inevitables daños sobre la estructura de base.

Y esto no es todo: la tendencia a multiplicar los elementos dedicados a telecomunicaciones es otra de las características que hay que añadir al moderno uso de vivienda: es habitual que los dormitorios estén dotados de elementos de conexión telefónica, de fibra óptica, de antenas de televisión, o de cualquier otro sistema de telecomunicación interior o exterior de la vivienda, como interfonos, alarmas, etc.

Pero aún no es todo: otra instalación que se está generalizando en los últimos años es la de climatización por aire. Este es un tema notable desde el punto de vista de la afectación de cualquier edificio a rehabilitar, porque los conductos de transporte de aire tienen secciones muy superiores a las de los demás, y con frecuencia deben atravesar las paredes o tabiques que compartimentan los distintos espacios de la vivienda. Añadan, en muchos de los casos, una instalación independiente de calefacción por radiadores o por suelo radiante.

Y sumemos a todo esto lo siguiente: la legislación que regula las condiciones de confort y seguridad de las viviendas es cada vez más exigente y obliga, por ejemplo, a la colocación del suficiente aislamiento térmico y acústico en carpinterías y muros exteriores, o a una dimensión mínima en la altura de los espacios interiores, o de los antepechos.

Pero aún hay más: consideremos ahora la necesidad de establecer las garantías estructurales que aseguren la estabilidad del edificio con inevitables refuerzos, sobrepuestos o encastrados en la estructura de muros original, y podremos empezar a hacernos una idea de lo extremadamente agresivo que, para un edificio casi milenario construido con muros de tapial, puede resultar el uso de vivienda.

Nada habría que objetar si se tratara de rehabilitar un edificio cuyo uso inicial fuera ya el de vivienda; es evidente que hay que ir adaptando esos edificios a las condiciones que la vida de hoy exige.

Pero pretender, hoy, que el uso de vivienda es compatible con el mantenimiento de un edificio medieval de las características de unas torres de defensa no puede ser más que, o bien producto de la ignorancia, o de una decidida intención de mantener intereses particulares por encima de todo.

Resulta por otra parte incómodo, por lo evidente que es, tener que defender que no debe permitirse el uso de vivienda en unas torres que formaban parte de una puerta de un recinto amurallado de Madina Mayurqa en el siglo XIII -el único resto de estas características que nos queda-. Y mucho más, cuando la propuesta de permitir ese uso proviene de una institución como el CIM, que debería encargarse de proteger nuestro patrimonio.

Permitir este uso equivale, no sólo a aceptar el inevitable deterioro que las instalaciones antedichas supone, sino hipotecar por tiempo indefinido la posibilidad de llevar a cabo catas arqueológicas en unos muros que pueden contener muchas claves acerca de la evolución de los recintos medievales de la ciudad. Y equivale, además, a privatizarlos de manera que su estudio o su contemplación se mantengan vedados a los ciudadanos.

A principios del siglo pasado fueron desalojados los habitantes de la Alhambra de Granada, en un país tan supuestamente atrasado como aquella España. Ha ocurrido muchas veces a lo largo del último siglo en monumentos ubicados en toda Europa: el teatro de Marcelo en Roma, el coliseo de Arlés, las golfas de la Casa Milá en Barcelona?, los ejemplos serían interminables. Pero nosotros -Mallorca siglo XXI- seguimos siendo diferentes.

Es opinión unánime de la Junta de Gobierno del Col·legi Oficial d'Arquitectes de les Illes Balears que en la declaración de BIC que se está incoando debe quedar manifiesto de manera indubitable que el uso de vivienda resulta por completo inadecuado para la correcta conservación de las llamadas "Torres del Temple".