Desde Valldemossa nos dirigimos al predio de Son Olesa, donde iniciaremos la excursión a pie. Para ello hay que coger la carretera que va de Valldemossa hacia Banyalbufar y tomar el desvío en el punto kilométrico 72,800. Las casas de Son Olesa Gran (39º 42’24,80N / 2º 35’24,64 E), frente a las cuales se levanta un agroturismo, están muy cerca de la carretera, en el centro de una llanura enmarcada por las molas de Son Pacs y Sa Comuna de Valldemossa; y del lado norte, por los acantilados de Sa Marina.

Sus orígenes se remontan a la alquería musulmana de Benigayda. Las casas presentan un alzado de tres plantas y cuentan con una rústica clastra empedrada. Su jardín, de aire modernista, es obra atribuida a Raimundo Fortuny i Estades, cuyo escudo con armas, al igual que el de los Sureda, puede contemplarse sobre el balcón de la fachada principal, con elementos neogóticos. Desde las casas de Son Olesa andaremos por la carretera hacia los chalés de la urbanización, pero a solo cien metros, después del jardín, que queda a nuestra izquierda, encontraremos a la derecha una vieja escalera de madera que superaremos para despedirnos del asfalto y empezar la caminata. Antes, sin embargo, pondremos la vista en el Puig de Sa Moneda, situado a nuestra izquierda, a lo lejos. En esa cumbre el Archiduque Luis Salvador edificó un mirador de estilo árabe.

Entre las casas de Son Olesa y el Puig de Sa Moneda existe una importante área arqueológica que incluye un antiguo asentamiento calcolítico, así como cuatro talayots circulares en buen estado de conservación. En Son Mas, junto a la carretera del Port de Valldemossa, se encuentra un importantísimo yacimiento, un santuario talayótico considerado el lugar sagrado más antiguo de la isla. En la parte posterior de las casas de Son Olesa franqueamos la vieja escalera de madera y avanzamos por un sendero poco transitado y tomado por la vegetación, entre acebuches, algarrobos y pinos, con orientación hacia la izquierda. Al minuto dejamos a la derecha un caminito con hitos y seguimos recto, por nuestro sendero, también señalizado con fites. Pocos metros después franqueamos un portillo (39º 42’35,45 N / 2º35’25,71E) y bordeamos un coll de tords.

Camino empedrado

Seguimos los puntos rojos marcados sobre las rocas e iniciamos el descenso. El camino, cada vez más consolidado, se introduce en un bosque de encinas y nos proporciona sombra. Se suceden las curvas y entre los árboles vislumbramos el azul del mar. A mano derecha, bajo una peña, dejamos restos del mundo carbonero: un par barracas y rotlles de sitja. Nuestra ruta es una antigua vía de comunicación entre el puerto de Valldemossa, también llamado Sa Marina, y las possessions de Son Ferrandell y Son Olesa, una de las pocas heredades de esta zona que no compró el archiduque Luis Salvador (1847-1915). Cuentan que un día un campesino miraba con insistencia al aristócrata y que este, al sentirse observado, preguntó el por qué de su fijación: “Quería conocer bien al hombre que ha pagado tan caro Son Marroig”, dijo el payés, a lo que S’Arxiduc contestó: “Pues no creáis que es tan caro. Son Marroig me lo han regalado. Lo que he pagado por toda la finca bien lo vale el agujero de Sa Foradada”. En algunos tramos el camino nos muestra su noble empedrado. En pocos minutos obtenemos las primeras panorámicas espectaculares, con Sa Marina a nuestros pies y Sa Foradada asomándose al norte; al otro lado, observamos un torrente que traza saltos imposibles y se precipita por el barranco, y la carretera que comunica el Port de Valldemossa con Valldemossa, estrecha y sinuosa, de unos 5,5 kilómetros de largo, construida a finales del siglo XIX gracias al impulso de Antoni Moragues.

El empedrado vuelve a dejar paso a la vegetación, en forma de lechetreznas y carrizo, del que nos acordaremos en el caso de no vestir largos pantalones. Descendemos por las gradas del acantilado, por un camino seguro, perdiendo altura. Pasamos cerca de una peña con un corte de separación de la grada rocosa, la cual dejamos a la izquierda, y minutos después nos aproximamos a un marge. Al llegar a unas casetas abandonadas (39º 42’54,72N / 2º 35’27,41E), a las que accederemos por su parte posterior y reconoceremos por una alta chimenea, deberemos prestar atención, ya que el camino se desdibuja. Nuestro paseo continúa hacia la izquierda, por delante de las casetas, rechazando el sendero que sigue por la derecha y que conecta con unas escaleras. Entramos pues, por un portillo poco visible a causa de la vegetación y tomamos una vereda que, enmarcada por paredes semiderruidas, se dirige hacia una zona de huertos y barracas, algunas de ellas con mucho carácter, aunque abandonadas. Concluimos la excursión en la calle Tramuntana (39º 43’0,95N / 2º 35’19,22 E), junto al Torrent de Sa Marina, que nos conducirá directamente a la playa y al pequeño puerto.

El Port de Valldemossa

En tiempos de ocupación romana e islámica, el Port de Valldemossa ya era habitado. También lo fue durante la Edad Media, pero entre los siglos XVI y XVIII vivió periodos de despoblamiento a causa de la piratería. Un cuadro de Ricard Anckermann conservado en la Cartoixa recuerda el desembarco turco del 30 de septiembre de 1552.

No fue el único. Entre 1579 y 1604 se contabilizaron hasta doce ataques de naves enemigas en la costa de Valldemossa y Deià. Fue a principios del siglo XX cuando Sa Marina aumentó su actividad. Sus casas se multiplicaron y se llegó a instalar un astillero de construcción de llaüts, la embarcación tradicional de Mallorca –antes de la aparición del motor se utilizaba la vela latina–. Cuenta el archiduque Luis Salvador que en el Port de Valldemossa trabajaba un carpintero de ribera: “Junto al torrente y bajo una enramada de pino, no sólo carena todos los laúdes y barcas de aquí, sino que todos los años construye, al menos, una nueva embarcación. Para las cuadernas emplea el pino de estas mismas riberas, taulons para el tablazón y encina para la quilla”.

La playa del Port de Valldemossa tiene una longitud aproximada de 80 metros y es de gravas, con un desnivel muy pronunciado y aguas casi siempre muy limpias. Este núcleo vacacional, con pocas casas, todas bajas, no ha perdido su encanto y tranquilidad, aunque en los meses de verano registre gran densidad de turistas. El pequeño puerto está protegido por un espigón. Sirve de abrigo únicamente a embarcaciones de menos de siete metros de eslora, pero en caso de mal tiempo no ofrece ninguna seguridad. En los últimos años, Sa Marina ha padecido el azote de los tornados, cuyas huellas aún son visibles en el litoral, con numerosos pinos caídos.

Los terrenos más antiguos de Mallorca

No muy lejos de Sa Marina, entre el Port de Valldemossa y el Port des Canonge, se encuentra un lugar conocido como Sa Cadireta en el que aparece un raro afloramiento del Carbonífero, una muestra de los terrenos más antiguos de Mallorca, de unos trescien- tos millones de años de antigüedad. Fue localizado en el año 1985 y se relaciona con los depósitos que existen al norte de Menorca.

Guía de excursionismo de Mallorca, por Gabriel Rodas.