Hoy, Menorca. La isla. Belleza y luz. Serenidad. Pienso que hay algo mágico en este entorno. Rocas ancestrales, talladas por nuestros antiguos héroes, como hitos en el territorio. Héroes que vivían en armonía con las estrellas.

Ahora, veo una ‘Taula’ suspendida en el cielo y me imagino que para los talayóticos era una nave para viajar a los confines del Cosmos. Y me pregunto: ¿qué sabían ellos que nosotros no sabemos? ¡Llevamos tantos siglos desconectados de la naturaleza! Hemos dejado de contar estrellas.      

Cuando era pequeño, por las noches, acompañaba a mi padre, junto con mi hermano Baby, a pescar. Mientras él pescaba, nosotros contábamos estrellas. Siempre nos descontábamos; al final, acabábamos dormidos. En esa época no sabía que nuestros ancestros contaban estrellas. Para ellos el firmamento era armonía, era el lugar donde moraban los dioses, y la ‘Taula’, con su pedestal, imploraba en las alturas su misericordia.

Vivir Menorca, es viajar, como ahora he hecho, en el mundo de nuestros ancestros. Es andar, es navegar, es bañarse en sus magníficas playas, es comer… En la isla se come muy bien. La cocina menorquina se basa en los productos locales, una cocina mediterránea ‘avant la lettre’. Uno de los productos del que estoy enamorado es su queso ¡Una maravilla! Si Menorca fuera francesa estaríamos hablando de ‘le meilleur fromage du monde’, pero bueno nosotros somos más comedidos. Pero sea como sea, lo cierto es que el queso menorquín es un manjar, un manjar con mucha historia: se tienen datos que en el tercer milenio a. de C. ya se producía queso en la isla. Para mí, el mejor es el queso curado. El qué ha pasado meses en el ‘lloc’ madurando, el qué cuando lo partes se deshace en migajas. Con este tipo de mahonés hago unos spaghetti maravillosos. La receta no puede ser más sencilla: pasta al dente, rehogada con mantequilla, bien espolvoreada de pimienta negra recién molida y queso de Mahón curado, en migajas (no hay que ponerle sal al plato, el queso ya la lleva).

Ahora, vuelvo al santuario milenario e imagino a los niños de la época, en las noches de verano, tumbados en el suelo, cerca de la gran ‘Taula’ (mientras sus padres hablaban con los dioses), quedándose dormidos contando estrellas.