¿Cómo empieza su relación con la gastronomía?

Siempre me llamó la atención pero por cosas de la vida estudié gestión administrativa. Tras unos años en la administración monté un bar. Mi ilusión era aprender del mundo del vino y de la gastronomía. 

Un día, un cliente del bar me preguntó si tenía algún vino de “maceración carbónica” y al no saber qué me estaba pidiendo, llamé al comercial de los vinos y nos apuntamos a la escuela de hostelería a estudiar sumillería. 

¿Qué consejo le daría a una persona no iniciada en el vino?

Hay muchas formas de disfrutar el vino, no importa el nivel en que estés. Lo más importante es catar y probar. Catar vinos de diferentes elaboraciones, de diferentes zonas, de diferentes variedades, intentando no encasillarse. Así se aprende mucho.

¿Cuál es su filosofía como sumiller?

El vino es para disfrutarlo y compartirlo en buena compañía. Cuando abro una botella, la admiración y el respeto que siento por todas y cada una de las personas que trabajan en la bodega, en la viña, es fundamental. Oler, saborear, sentir. La finalidad es que el cliente pase muy buenos momentos alrededor de esa botella.