Hoy, París. El recuerdo de una ciudad viva: las calles y sus edificios, los jardines y sus paseos, los museos y sus maestros, las terrazas de los bares, los croissants, las librerías pop-up, los bistrós, …, los amigos. J’aime Paris! 

Me muevo hoy sonámbulo en el recuerdo en esta época de pandemia. ¡Qué ganas tengo de volver a París! Ver a mis amigos, cenar con ellos en Au Passage o le Philon; quedar con Madeleine en el Musée d’Orsay y discutir sobre la fuerza creativa de Manet, mientras ‘Le Déjeuner sur l’Herbe’ nos invita a sentarnos; visitar la casa y los talleres Ossip Zadkine; escuachar el silencio bajo las arcadas góticas de Saint-Séverin; desayunar en Ladurée leyendo Le Monde… Me parece que hace siglos que no estoy en París y la última vez fue solo hace un año y unos meses, era octubre de 2019. Mar había organizado un ciclo de conferencias sobre ‘Microeconomía en el mundo mediterráneo’. Yo la había acompañado para hacer lo que más me gusta hacer cuando visito París. Pasear ensimismado por la ciudad, sin rumbo, pero atento al devenir. ¡Un gran placer! 

Mientras recuerdo, alargo mi mano y cojo la pequeña moleskine que utilice aquel mes y al abrirla cae una hoja seca de roble y me viene a la memoria un pequeño robledal cerca de Bois-le-Roi, donde fuimos invitados a comer a casa de unos amigos. La casa era un delicioso château decimonónico rodeado de un gran jardín. Elaine y François nos dieron una comida excelente. Recuerdo que de primero nos sirvieron una ‘Velouté aux épinards et bleu d’Auvergne’. El delicado sabor de la crema de espinacas, en su punto de sal, contrastaba con el toque un poco picante del queso.

De vuelta de la comida, nos paramos en el pequeño robledal y dimos un paseo por un angosto camino entre los árboles. En esto una pequeña hoja titubeante descendió de la bóveda que formaban las grandes ramas y vino a parar a mis manos; la acogí entre las hojas de mi libreta. Después, por la noche, antes de irme a dormir escribí: ‘Una maravillosa alfombra ocre tapizaba el camino. Andábamos bajo una fina lluvia. Nuestras pisadas crepitaban. Nada se movía. Nada. En un momento pensé que sería mejor irnos y dejar a los árboles ensimismados en su quietud. En el bosque el silencio iba de rama en rama’.