Los aficionados sonreían en la explanada del estadio Al Thumama, rodeando la 'gahfiya' metálica que decora el exterior de este campo ubicado al sur de Doha. Unos y otros, sin importar el color de sus atuendos, se entremezclaban con naturalidad, algunos hasta departían amistosamente. Iraníes y estadounidenses compartiendo espacio y afición con la naturalidad que sus líderes se niegan. La cortina de acero entre dos mundos antagónicos, derretida en un Mundial de fútbol, un espacio, a fin de cuentas para la concordia y el entendimiento entre diferentes, como de hecho pregona la propia propaganda qatarí.

Ay, la propaganda... Tanta de un lado y de otro que a veces es difícil colocar el foco con acierto donde se debe. También con Irán. La tribuna de prensa estaba a rebosar de reporteros de todos los rincones del mundo que no acudían animados por el pedigrí futbolístico de los contendientes, más bien escaso en ambas áreas, sino por el morbo que despertaba el duelo, como ocurrió en 1998.

"Dar tu vida por el fútbol y no matarte por el fútbol", pregonaba Carlos Queiroz en la previa. Y le asistía razón, por que más que su Irán no lograra corresponder a su fervorosa y ruidosa hinchada y cayera derrotada frente a EEUU. Los americanos avanzan a octavos de final, donde se les verán con Países Bajos. Los iraníes finalizan aquí su travesía por la vecina Qatar.

Un camino trufado de inconvenientes, de reivindicaciones de silencio alrededor del himno en el primer partido, canceladas en el segundo, impensables ya en el de este martes por las amenazas del régimen de los ayatolás a sus futbolistas y a sus familiares. Poco se les puede reprochar a estos muchachos. Mucho han hecho para la presión que tenían sobre sus hombros. Significarse por una causa, por justa que sea (y la de la libertad de las mujeres de Irán la es como pocas otras) nunca sale gratis

Fue también el Thumama un espacio de reconciliación entre iraníes, aparcadas sus diferencias durante dos horas para empujar en una sola dirección, respetando también a EEUU, tanto en el momento de los himnos como en el resto del partido. El enemigo, si lo hay, no viste lleva botas de tacos. El único problema para Irán fue su incapacidad de transformar la energía anímica de seguidores y jugadores en futbolística, apocados siempre los asiáticos por la mayor destreza estadounidense sobre el terreno de juego.

Gales - Inglaterra | El gol de Foden

Gales - Inglaterra | El gol de Foden. MEDIAPRO

Dominio de EEUU

Desde los primeros compases se comprobó que la balanza estaba muy desequilibrada con el balón en los pies. En medio de un atronador ruido (ni abucheos ni cánticos de ánimo, solo un desagradable, por excesivo, ruido), EEUU agarró pronto el dominio del partido, con Adams y McKennie ejerciendo de comandantes en la medular. Un dominio más territorial que efectivo, más allá de un par de intentonas de Weah, hasta que Pulisic dio con la tecla.

Ocurrió en el minuto 38, tras una gran apertura de McKennie en diagonal hacia el desmarque de Dest. El lateral propiedad del Barça y cedido en el Milan asistió con la cabeza hacia Pulisic, que entró con todo y casi se deja el físico en su exitoso intento de marcar gol. Bueno, de hecho ya no salió tras el descanso, al que se llegó tras un gol anulado a Weah por un fuera de juego medido en micras.

Irán no puede

La salida del partido de Pulisic primero y de McKennie algo más tarde restó empaque al combinado americano, que con el paso de los minutos empezó a pensar más en conservar el único resultado que le conducía a octavos que en consolidar su victoria buscando un segundo tanto. Algo de aire para una Irán forzada a arriesgar, pero con argumentos escasos para llegar al área y desatinados para resolver en ella. Ni Ghoddos ni Ezatolahi ni Karimi ni Pouraliganji supieron embocar sus intentos hacia la portería de Turner.

Y así, con altas dosis de frustración, terminó la aventura de Irán en este Mundial, la más intensa de los 32 combinados que han ido participando en la cita de Qatar. Lo de este martes solo fue un partido de fútbol. Ahora queda, para los futbolistas y sobre todo para sus seguidores, la dura vuelta a la realidad y a su rutina de represión sin escrúpulos. Y ese sí que es un partido que Irán no puede perder.