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Mundial de Qatar

Qatar, bajo los focos

Organizaciones humanitarias han tachado a este Mundial de un ejercicio de blanqueo deportivo para maquillar el pobre historial de derechos humanos del emirato, pero las críticas no han impedido que el torneo esté a punto de empezar

Ambiente en Qatar previo al Mundial. Reuters

Tras más de una década de polémica, el Mundial se celebrará en Qatar. De poco han servido las campañas lanzadas por oenegés humanitarias a lo largo de los años para detener el flujo de dinero y popularidad que se acelerará este 20 de noviembre. Ha habido tiempo para echarse atrás, pero nadie se ha pronunciado con firmeza. A su paso, los organizadores de la competición, y la comunidad internacional cómplice, dejan a miles de trabajadores migrantes muertos de calor, a gays, lesbianas y transexuales perseguidos entre partido y partido, a mujeres sometidas a la vigilancia de sus hombres. Pese a todo, el balón se deslizará sobre la hierba. Entre violaciones a los derechos humanos, el torneo está a punto de empezar.

“Desde que tuvimos el honor de organizar la Copa del Mundo, Qatar ha sido objeto de una campaña sin precedentes a la que ningún país anfitrión se ha enfrentado”, se quejaba el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Zani, hace un mes. Y es que el país lleva en el ojo del huracán desde el 'Qatargate'. Hace 12 años, las irregularidades cometidas por la FIFA en la adjudicación de la candidatura de Qatar para la organización del Mundial se sumaban al ya conocido pobre historial de derechos humanos en el país. Por eso, pocos tardaron en describir esta concesión como otro ejercicio de 'sportswashing'.

Carlos de las Heras, encargado de Deportes y Derechos Humanos en Amnistía Internacional, también lo llama “blanqueo deportivo”. “Es el uso que determinados países hacen del deporte para ofrecer al exterior una cara abierta moderna y reformista cuando en realidad la situación de los derechos humanos es todo lo contrario”, cuenta a este diario.

En el Golfo Pérsico, se concentran algunos de los Estados expertos en esta estrategia, como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. La primera ya lleva al menos 1.500 mil millones de dólares gastados en eventos deportivos internacionales de alto perfil en un intento de reforzar su reputación.

“Vemos cómo, a medida que van celebrando más competiciones de este tipo, los saudís intensifican su ola de represión contra activistas y la situación de la libertad de expresión para los defensores de derechos humanos vuelve a niveles ínfimos”, añade para El Periódico, del grupo Prensa Ibérica. En el caso de Qatar, los años de presión y escrutinio han dado diminutos frutos.

Aunque las condiciones para los miles de trabajadores migrantes presentes en el país siguen siendo inhumanas, ha habido un cierto margen de mejora con algunas reformas introducidas. La ausencia de libertad de prensa en el país dificulta que se pueda saber si estos cambios se están realmente aplicando sobre el terreno. 

El Mundial más caro

Amnistía ha pedido a la FIFA que destine la misma cantidad de dinero adjudicado a los premios en un fondo de recuperación y compensación para los trabajadores migrantes. Por ahora, diez federaciones lo han apoyado. En cambio, las autoridades qatarís consideran haber hecho suficiente. Más de 300 mil millones de dólares han sido invertidos en la construcción de infraestructura en el pequeño emirato.

Tal vez por eso, esta será la Copa del Mundo más cara para los aficionados. Según los cálculos de Football Supporters Europe, se gastarán unos 2.770 euros para quedarse en tres partidos de la fase de grupos, en comparación con los 1.000 euros durante Rusia 2018. Disfrutar de todo el torneo rondará los 6.500 euros.

El trabajo de oenegés internacionales a lo largo de esta década ha plantado la semilla de la duda entre los fans. “Los aficionados empiezan a tener más preguntas y más preocupaciones por quiénes compran sus equipos, dónde se organizan sus eventos”, explica de las Heras. Pero Occidente también tiene una gran responsabilidad en el uso satisfactorio de la estrategia de blanqueo deportivo, ya que, aunque las vulneraciones de los derechos humanos de estos países son ampliamente conocidas, la gran mayoría de Estados siguen participando en estos eventos deportivos masivos que resultan en grandes beneficios económicos y de imagen para los gobiernos represivos. 

Lejos de los estadios

“Los posicionamientos públicos son muy importantes y en cuanto lo hagan más deportistas, estaremos aún más cerca de que estos países dejen de usar el 'sportswashing'”, recuerda el representante de Amnistía. A las puertas de una competición con la sonrisa de David Beckham en cada campaña publicitaria, los aficionados empiezan a aterrizar en Qatar con cierta cautela. El pequeño emirato árabe castiga las relaciones sexuales fuera del matrimonio y prohibe el consumo de alcohol entre sus residentes. Sus actitudes durante la competición pueden poner en peligro a los locales que se dejen llevar por la alegría del juego.

Qatar es consciente de donde se encuentra: bajo todos los focos concretamente. Por eso, ha permitido que se vendan bebidas alcohólicas en ciertas zonas relacionadas con el Mundial e intentará hacer la vista gorda si algún periodista se pasa en sus coberturas. Le compensan el resto de imágenes de vanguardia y modernidad que proyectará al mundo. En la oscuridad, bien lejos de los estadios, esconderán los reproches de toda una década. Entre violaciones a los derechos humanos, el Mundial ya casi ha empezado.

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