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BOULEVARD

Francina Armengol, mi papel en su irresistible ascensión

La primera autoridad de Baleares vuelve a ser la expresidenta del Govern, ha necesitado dos derrotas electorales consecutivas para catapultarse a la cima del Congreso

La única autoridad elegida en condiciones de los tres poderes, la única representante visible del Estado español. EFE/JUAN CARLOS HIDALGO

La primera autoridad de Baleares vuelve a ser Francina Armengol. Ha necesitado el combustible de dos derrotas electorales consecutivas en dos meses para catapultarse a la presidencia del Congreso. Con un Rey en unciones, un presidente del Gobierno en funciones y un poder judicial en defunciones, una farmacéutica mallorquina es la única autoridad legítima de una fantasmagoría denominada Estado español. A nadie puede sorprender que quiera fortalecerlo mediante la inyección de lenguas exóticas. (Basta de botafumeiro, maestro).

Ascender a presidenta de las Cortes es un remedio efectivo contra la depresión postderrotas, pero aquí se habla en primera persona. El mejor escritor cómico que ha vivido en Mallorca se llamó Spike Milligan, prohijado por Robert Graves en Deià, superior a Tom Sharpe y sin el cual nunca se hubiera descubierto a Peter Sellers. Los admiradores de Monty Python, grupo que preludió, recordarán al cómico británico por su escena en La vida de Brian con un zapato del Mesías en la mano. Pues bien, Milligan escribió sátiras inmortales como Adolf Hitler, mi papel en su caída o Montgomery, su papel en mi victoria. Por eso nos atrevemos a acuñar Armengol, mi papel en su irresistible ascensión.

Quienes solo siguen esta sección desde hace treinta años, recordarán nuestro prurito de que ningún president de Balears debe abandonar el Govern sin habernos retirado antes el saludo. Se ha cumplido con Cañellas, Matas (2), Antich (2) y Bauzá. Lo hemos intentado de todas las formas posibles con Armengol, durante sus ocho años de presidencia autonómica. Cuesta doblegar a una profesional tan escurridiza, y conste que la culpa es exclusivamente suya porque nuestra receta peca de infalible. La tercera magistratura del Estado se permitía incluso sarcasmos del tipo de:

-Soy consciente de que nunca escribirás nada bueno sobre mí, haga lo que haga.

-Claro, ¿quién va a leer algo bueno sobre un político?

Como ven, un diálogo digno de Pedro Almodóvar, que ayer mismo finalizó su semana de descanso en Son Bunyola de Richard Branson. Para zanjar de una vez nuestra relación profesional, en marzo le solté a Armengol que iba a perder las autonómicas, y no solo porque le faltaría mi voto cautivo del PP. Volvió a encajar con deportividad, me contó no sé qué sobre la asistencias a los actos de los populares en sa Pobla, y que la candidatura socialista al 28M iba viento en popa «porque José Hila se mueve muy bien por los barrios». Me duele que me traten como a un periodista. (¿Tiene alguna conclusión, o se ha ido de vacaciones y nos deja desparramado un capítulo sin sentido de sus memorias?)

Tranquilos, que hemos llegado a lo mollar. El segundo mandato de Armengol/Negueruela supuso un ejercicio de prepotencia inigualable. Utilizaron hasta la pandemia para intensificar su control, bajo la coartada de científicos fanáticos más peligrosos que los negacionistas. Lo contamos con pasión hiperbólica, y nos llevamos los palos de quienes hoy trabajan para PP/Vox, ¿alguien para el Teatro Principal? Nuestro papel decisivo en el encumbramiento de Armengol consiste en que el primer requisito para que se convirtiera en la mujer más importante de la historia de Mallorca en España, consistía en perder las autonómicas. Así fue, y el resto es historia. Nuestra decidida oposición le allanó el camino hacia el triunfo, ojalá pudiéramos decir lo mismo.

Dado que la izquierda escandalizada aprovechará este sermón para rasgarse de nuevo las vestiduras, siento más respeto por Armengol que Pedro Sánchez, desde aquel día del advenimiento del primer Pacto de Progreso en que una hermosa socialista de 27 años me sonrió insolente desde su escaño. Me pregunté ofendido qué derecho tenía la diputada recién estrenada a ese atrevimiento, dado que no me conocía. Me vengué años más tarde preguntándole si estaba embarazada, cuestión hoy tabú y que respondió con su habitual desenfado. Mentiría si dijera que no la vi capaz de desembarcar en el Congreso por la cumbre, una ceremonia histórica embrutecida por el desagradable aquelarre de carcajadas y abrazos alborozados de sus correligionarios, que convierte a una presidenta recién investida en una ganadora de Masterchef.

Reflexión dominical cornúpeta: «Cuando la gente no va a los toros, lo último que se necesita es una campaña antitaurina».

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